—Chet, necesito hablar contigo. Ven siéntate en el sillón —dijo un hombre de treinta y dos años a su hermano menor, que estaba en la cocina.
—En un momento, ¿ya no tenemos cereal?
—Chet…
—Voy —dijo Chet, antes de cruzar el pequeño pasillo que separaba la cocina de la sala.
—Hermano, ya tenemos cinco años viviendo en este departamento, que tuvimos la suerte de poder adquirir, en especial después de lo que pasó. Y no has aportado nada en lo económico. Entiendo que quieres conseguir una beca para terminar tus dos últimos años en la escuela de música, pero admítelo, sólo se la dan a los prodigios, cosa que tú no eres.
—Gracias Aston, siempre tan sincero.
—Tengo que serlo, ya no vivimos en una mansión, Chet. Todo se quemó, ¿lo recuerdas?
—Esos malditos se llevaron todo, las joyas, los carros, la herencia... la vida de mamá y papá.
—Sí. Y por más que siga doliendo es momento de hacer algo con tu vida. No pagaré tu escuela, no soy papá, así que si eso es lo que estabas esperando, listo, ya lo sabes. Con mucho esfuerzo nos mantengo a ambos. Así que mañana sales de tu nido de ratas que llamas dormitorio y buscas un trabajo.
A la mañana siguiente Chet fue en busca de trabajo, llevó su currículum a tiendas, barberías y puestos de comida rápida, pero nadie quería a un trompetista con carrera trunca. Sus habilidades parecían no valer nada en el ambiente laboral. Hasta que un día se encontró con una vacante en una cafetería y quiso probar suerte.
—Chet Bennington. Vaya, parece que coloreaste un poco tus aptitudes en tu currículum. —Una señora de unos cuarenta y tantos que tenía un extraño lunar en la frente, revisaba el documento en el cuarto trasero de una cafetería—. ¿Has trabajado en algún lugar anteriormente?
Chet dudó su respuesta.
—No señora, sin embargo, creo que es tiempo de que haga útil algo de mi vida y considero que tengo las habilidades para desarrollar el puesto.
—Está bien. Mañana mismo entras a capacitación. Y si lo haces bien, el mismo lunes estarás trabajando como ayudante en la cafetería.
—¡Perfecto! Muchas gracias, de verdad no se arrepentirá —dijo Chet, emocionado.
Pero la señora Melania se arrepintió. Después de la primera semana de trabajo, tuvo que despedirlo. Su falta de memoria a corto plazo lo hacía olvidar las órdenes de los clientes malhumorados y sus torpes pies llenos de prisa lo hacían caer al menos dos veces al día.
Entonces Chet decidió buscar trabajo como trompetista. De cualquier manera, desempleado ya estaba, no tenía nada que perder. Pero la música en vivo sólo se daba en bares, ya que los escenarios gigantes sólo estaban reservados para la orquesta sinfónica de la ciudad y los mejores artistas del momento. Así que le dio la vuelta a la urbe buscando bar tras bar, pero la mayoría de los locales ya tenían una banda de planta y no dejaban entrar a más músicos. Por lo que no encontró trabajo por más de dos semanas.
Hasta que por azares del destino, caminando por la zona rica de la ciudad, escuchó una banda de jazz estupendamente ensamblada. Se acercó al bar del que salía aquella música, tenía una fachada muy elegante. Y cansado de buscar rechazos, se dispuso a entrar. El guardia lo cateó, le pidió abrir el estuche de la trompeta y finalmente lo dejó pasar.
Se sentó frente a una mesita donde sólo cabría un par de tragos y escuchó detenidamente. Era una banda de cuatro músicos, saxofón, piano, contrabajo y batería. Estaban en el momento del solo del pianista, se podía sentir en el aire la emoción que emanaba de sus dedos. Entonces fue el momento del saxofón y el pianista cambió su forma de tocar a una más suave, para darle su respectivo espacio y pudiera brillar. Pero al poco tiempo, el saxofonista empezó a desafinar constantemente durante la melodía y luego a toser, interrumpiendo ocasionalmente el tema. Al ser un bar de alcurnia y de conocedores, los asistentes empezaron a notar las desafinaciones en la melodía y comenzaron a abuchear. El saxofonista, enojado, se inclinó por decirle al público varias groserías por el micrófono. Y antes de terminar la pieza, salió del bar insultando a los oyentes y a sus compañeros de banda.
Los demás en la banda se voltearon a ver entre ellos e hicieron una pausa. Ofrecieron una disculpa al público, anunciaron un intermedio y bajaron del escenario para sentarse en una mesa cerca de Chet. Y empezó a sonar una música tranquila de fondo por los altavoces del local. Los músicos pidieron unos tragos y charlaron un rato. Hasta que uno de ellos se percató que Chet traía consigo un estuche de trompeta. Y entonces lo invitaron a unirse a su mesa para hablar con él.
—¿Hola hermano, cómo te llamas? —dijo un hombre joven que aparentaba unos treinta años. Era de tez oscura y una energía curiosa al hablar.
—Mucho gusto, un honor conocerlos, soy Chet, Chet Bennigton —dijo Chet, tratando de no saltar de la emoción de por fin conocer a otros músicos de jazz.
—Interesante nombre para un trompetista. Soy Connie, baterista. ¿Qué opinas de lo que pasó, estás de acuerdo en que arruinó el ambiente que había generado Bill?
—Sí, creo que fue algo desafortunado. Aunque no lo sé, tal vez estaba enfermo.
—No chico, la verdad es que inhala demasiada cocaína. El tipo ya no controla sus emociones. Ni siquiera puede mantenerse afinado —dijo el pianista y líder de la banda, aparentaba unos cuarenta y tantos—. Como sea, te presento a la banda, ya conoces a Connie, él es Paul, nuestro querido contrabajista y yo soy Bill. Siempre es un gusto conocer gente del gremio. ¿Dónde tocas, Chet?
—Mucho gusto. Ah… por el momento no estoy tocando en ningún lugar. Pero me encantaría.
—Pues justo estábamos hablando de que necesitamos un cuarto elemento. Así que si te interesa, ven mañana a las once del día y te hacemos una audición.
—¿Aquí en el bar? Me impresiona que los dueños lo permitan. Sin ofender, ya saben cómo son los dueños de los bares, cual empresarios, se creen tan especiales —dijo Chet.
—No te preocupes chico, yo soy el dueño —dijo Bill, para después soltarse a reír con sus compañeros de banda. Chet no podía con la vergüenza y no paraba de disculparse—. Nos vemos mañana Chet, estudia los clásicos y llega temprano.
Al llegar a su departamento, Chet vio a su hermano sentado cómodamente en el sofá, estaba viendo una película con su novia Sarah. Ya llevaban más de un año juntos, lo cual era un récord para Aston, ya que solía ser un tanto mujeriego y nunca duraba con sus parejas. Tenían la luz de la sala apagada, simulando los antiguos cines.
—Buenas noches chicos, adivinen qué: ¡finalmente conseguí una audición!
—Vaya, por fin. ¿Y sí te van a pagar? —dijo Aston, sin siquiera girar la cabeza.
—¡Sí, es en un bar muy refinado, por la estación Einstein del monorriel, en la zona rica! —expresó Chet, muy emocionado—. Aunque ciertamente aún falta la parte más importante, pasar la audición.
—De acuerdo, pues en ese caso no te confíes. Ya sabes que eres algo idiota con las audiciones, ¿recuerdas que casi no entras a la escuela de música porque te pusiste nervioso? —Aston echó a reír—. Creí que te ibas a orinar sobre la tarima del foro. Pero no te preocupes, si no te aceptan, aún hay muchas cafeterías que seguro necesitan que les tires al piso los pedidos.
—Sí, supongo. Como sea, pásenla bien.
Chet se dirigió a su cuarto y cerró la puerta. Lamentaba haberle contado a su hermano sobre la audición. Ahora se sentía tenso, algo que no necesitaba. Sabía que podía arruinar la oportunidad, pero no quería pensar en eso. Buscó en una cajón uno de sus vinilos favoritos y lo colocó en su tocadiscos. Entonces se acostó encima de la cama, boca arriba, mientras Miles Davis sonaba su trompeta y lo llevaba por un camino que percibía nostálgicamente agradable.
A la mañana siguiente, Chet se apresuró a bañarse, prepararse un desayuno rápido y vestirse con su único traje para asistir a la audición. Aston se había ido desde temprano a trabajar y le dejó una nota que decía que de regreso de la audición pasara a comprar la comida con el dinero que ya le había depositado.
“Vaya, qué imperativo. Nada de buenos días, ni buena suerte, ni nada.” Se dijo Chet así mismo.
Entonces presionó el interior de la muñeca de su mano izquierda y se proyectó una imagen en su palma. Pulsó con el índice de la otra mano unas cuantas veces y pudo ver que efectivamente su hermano le había depositado dinero de sobra. Curiosamente no había presupuesto para el mantenimiento del departamento, pero sí para su paquete de cervezas de la semana.
Chet salió del departamento y bajó cinco pisos por las escaleras. Miró la nota en la que había escrito la dirección del bar y se propuso a caminar a la estación del monorriel. La estación estaba repleta aquél día, desde hacía días quería pasar a comprar uno de sus cómics favoritos en el puesto de revistas que estaba adentro de la estación, pero no podía arriesgarse a llegar tarde. Así que paso directo a formarse en la fila para entrar al vagón. Cuando por fin le tocaba pasar, un hombre alto con gabardina que estaba atrás de él, lo empujó para entrar primero.
—Oye, no estamos en la edad media, pide permiso —dijo Chet, sin pensarlo.
El hombre dio la vuelta rápidamente y dejó ver un rostro alargado y muy extraño. Su piel parecía rasgada en formas regulares y brillaba más de lo que normalmente el sudor podría ocasionar. Sus ojos amarillos contenían pupilas rayadas como las de los cocodrilos. Después de voltear, dejó escapar un gruñido de molestia. Chet se sorprendió tanto, que dio un paso atrás y se le cerraron las puertas del vagón.
—Malditos reptilianos, creen que porque ayudaron en la guerra, merecen todo el espacio —expresó un hombre viejo que estaba en la fila —Tranquilo, no tarda en llegar el otro tren.
—Nunca había visto uno. Sí, gracias —dijo Chet, aún asombrado.
Al llegar a la zona rica de la ciudad, se percató que los edificios eran tan altos que no alcanzaba a ver sus pisos más elevados. El aire se sentía con menos tierra y polvo que en su colonia, las personas no se veían tan apresuradas o con miedo a que alguien les robara algo. “Así debería ser toda la ciudad”, se dijo así mismo. Mientras caminaba por la acera, un Jaguar 1957 blanco se estacionó a su lado y bajó una joven mujer de cabello rubio, muy bien vestida, al parecer desayunaría con mucho estilo en un restaurante de comida española. “¿Será que en ese país se comía tan bien?”
Cuando llegó al bar, se dio cuenta que estaba cerrado. Era de esperarse, ningún bar de alto calibre abría tan temprano. De cualquier forma, tocó la puerta. Esperó un poco, pero nadie le abrió. “Kind of Blue” leyó en la fachada, sintió pena por no haberse percatado antes del nombre del lugar. Se hizo tonto un rato ahí en la entrada, tratando de ignorar como la gente que pasaba se le quedaba viendo, como un bicho raro. Menos mal llevaba un traje puesto. Cuando ya había decidido emprender el viaje de regreso, un guardia de seguridad abrió la puerta.
— ¿Asunto? —preguntó el guardia.
—Vengo a la audición.
El guardia revisó el estuche, comprobó que efectivamente llevaba una trompeta y lo hizo pasar. Ahí estaban los músicos acomodando sus instrumentos en el escenario.
—Buen día, Chet. ¡Qué maravilla que llegues a tiempo! Hoy en día la mayoría ya no se toma en serio la puntualidad —dijo Bill—. Ven, instálate aquí, en un momento te pongo un micrófono. Por cierto, para tu audición vamos a tocar dos temas, “Alone Together” y “So What”. En ambos temas improvisarás un solo, nosotros te damos la señal para regresar a la melodía.
Y empezaron a tocar.
Al final de la audición, la banda le pidió a Chet un momento para hablar en privado, por lo que entraron a los camerinos. En ese instante Chet no quería pensar en nada, estaba completamente inmerso en el momento.
Al cabo de un par de minutos, los tres músicos salieron de los camerinos.
—Lo siento chico —expresó Connie, el baterista.
—Estás contratado —dijo Bill, con una sonrisa—. Ensayamos los lunes al medio día y tenemos evento de lunes a sábado, de ocho de la noche a dos de la mañana. Ten, estudia bien el repertorio de hoy, nos vemos a las ocho.
Chet recibió una hoja con varios temas de jazz anotados. Estaba sumamente feliz, pero se contuvo. Tenía tarea por hacer.
—Muchas gracias, señor. Claro que lo haré.
—Gracias a ti Chet… pero no me digas señor. Se escucha aburrido —dijo Bill.
Chet fue a comprar la comida con el dinero que le dio su hermano, no le gustaba pedir a domicilio, ya que siempre le llevaban la peor calidad de fruta deshidratada. Y cuando por fin llegó al departamento, se encerró a practicar en su cuarto hasta la noche, ya que sería su primera tocada.
Al llegar a Kind of Blue, se dio cuenta que la gente que entraba era de mucha clase, además vestían atuendos que parecían muy caros y elegantes. Cuando empezaron a tocar, el público hizo silencio. Había un gozo por parte de todos los presentes que se contagiaba. Al final del show, les aplaudieron bastante y Chet se sintió en las nubes. Antes de bajar del escenario, una señorita del público se le acercó con un cabello ondulado y un perfume que lo cautivó inmediatamente, diciéndole con voz suave—: Amé tu forma de tocar. Ojalá te vuelva a ver… Por cierto, mi nombre es Dana.
Justo después de que ella se fuera, sus compañeros de la banda lo empezaron a molestar por aquél coqueteo.
—No, no. Para nada. Seguro está jugando. Yo nunca podría andar con una mujer así. Es demasiado para mí —expresó Chet.
—Date más crédito, muchacho —dijo Bill.
Y así pasó un mes, la banda y Chet se llevaron muy bien. De vez en cuando, Dana aparecía entre el público y le sonreía a Chet durante el evento.
Una noche después de tocar, en el pequeño camerino del bar, Bill le pagó a Chet su parte.
— Ahora puedes decirle a tu hermano el cascarrabias que ya no serás su mantenido —dijo
Connie, el baterista. A lo que todos se ríen y brindan con un vaso de whiskey.
Se despidieron y decidieron salir del bar. Pero la misma mujer que lo había abordado en su primer concierto, se le acercó y lo saludó antes de que pasara por la puerta. Los demás de la banda se rieron y lo dejaron en el coqueteo.
Dana, emitiendo su olor característico que perforaba el cerebro de Chet, le dijo que le encantaría que la acompañara a tomar un trago.
—Señorita Dana, el encantado sería yo. Pero el Kind of Blue está por cerrar.
—No te preocupes, podemos tomar algo en mi casa — dijo ella.
Él dudó por un momento, algo no le cuadraba, pero terminó aceptando. Ambos salieron del bar y caminaron una cuadra hasta encontrarse con un auto clásico convertible. Ella abrió el auto y le dijo que saltara adentro.
Cuando llegaron a la enorme casa de cuatro pisos, que estaba dentro de la zona de clase alta de la ciudad, Chet sintió su fuerte palpitar, estaba muy nervioso.
—Ven, no te quedes ahí, pasa —dijo Dana, al abrir la puerta de la entrada —. ¿Qué bebida es la que más te gusta?
—Debo confesar que sólo he probado el whiskey del bar, la cerveza y el vino tinto.
Dana dejó salir una risa corta y añadió—: No, no, no. Te tengo que enseñar cómo se toma en esta zona. Te daré algo que seguro te va a encantar. —del mueble cantinero sacó varias botellas, un recipiente con algo que parecía endulzante en polvo y un par de copas de vermouth. Vertió un poco de todo en cada copa y mezclo con el dedo.
—Aquí tienes corazón. —Le entregó la bebida a Chet, para luego brindar sentados en uno de los sofás.
Chet casi escupe su primer trago pero lo aguantó.
—Vaya, parece fuego, sí quema.
—Te acostumbrarás —dijo Dana, con un tono sugerente, antes de que ambos rieran y se dejaran caer sobre el colchón del sofá. Haciendo el amor de una manera salvaje.
A la mañana siguiente, Dana despertó a Chet con un beso en la boca, quien estaba en su cama desnudo.
Era domingo, por lo que mientras ella se bañaba, él decidió prepararle el desayuno, así que tomó una caja de huevo deshidratado en polvo que encontró en la cocina. Se sentía locamente enamorado, nunca antes había estado así. Entonces recibió una llamada al celular, era su hermano. Le dijo que había estado llamándolo toda la noche y que estaba a punto de llamar a la policía.
—No te preocupes, Aston. Me olvidé por completo de decirte. Estoy con una amiga, en su casa.
—¿Qué? Pero tú no tienes amigas. ¿Me estás diciendo que dormiste con alguien? No te creo.
—Me creerás. Como sea, hablamos después. —Y colgó, para servirle el desayuno de Dana.
Llegado el lunes, Chet tuvo ensayo con la banda. Le preguntaron que cómo le había ido con la linda señorita.
—Digamos que todo salió como quería. —Todos empezaron a reír y lo felicitaron dándole palmadas en la espalda.
—Sólo ten cuidado, chico. Que no te vaya a romper el corazón —dijo Paul.
—Eso no pasará, ella es perfecta.
Y así pasaron varias semanas, cada sábado por la noche se veían y escapaban a esa gran casa, un paraíso de sexo y alcohol.
—¿Somos novios? —le preguntó Chet a Dana una madrugada, en un intermedio de su ritual erótico.
—Por supuesto que sí —le respondió, dándole un beso que lo tiró en la cama para hacerlo de nuevo.
Una tarde, Chet llevó a Dana al departamento donde vivía, oficialmente le presentó a su hermano y pidió comida a domicilio. Cuando avisaron que habían llegado con el pedido, bajó del edificio para recibirlo y Dana se quedó sola con Aston.
—Chet y tú tienen mucho en común —dijo Dana, antes de dejar su copa de vino en la mesita de la cocina.
— ¿Ah, sí? Espero que sean cosas buenas.
—Definitivamente. —Dana caminó hacia él—. Son muy buenas.
—Aunque ése chico tiene mucho que aprender todavía —dijo Aston, antes de percatarse de que ya se estaban frente a frente. A punto de cruzar esa delgada línea imaginaria que constituía su intimidad. Sabía que aquella mujer superaba por mucho la belleza de su novia y que todo su ser le gritaba que la tomara en sus brazos. Pero amaba a su hermano.
—¿Y si me enseñas a mí? —le dijo Dana al oído, pegando su pierna a la de él para después acariciarlo suavemente en el pecho. Ambos acercaron lentamente sus labios.
La puerta del departamento se abrió con fuerza dejando ver una bolsa de metro y medio de comida que se inclinaba de lado a lado tratando de ser sostenida por Chet. Dana y Aston apenas pudieron separarse.
—¿Pueden creer que el repartidor se enfureció conmigo por la propina que le di? Dijo que nunca le habían dado tan poco, que yo era un miserable y que aquello era el mayor insulto que le habían hecho durante todos sus años de trabajo. —Chet cerró la puerta con el pie y logró llegar a la mesita de la cocina antes de que se le cayera todo.
Terminaron de comer el festín que muy orgulloso había comprado Chet y al poco tiempo Dana se marchó. Entonces su hermano comenzó a hablar de ella. Que de dónde la conoció, si realmente la pasa bien con ella, si tenía familia, si confiaba en ella…
—No deberías salir con ella, no siento que sea para ti.
—¿Qué pasa contigo? La traje al departamento para que la conocieras, para recibir tu apoyo.
—No confío en ella.
—Ahora que finalmente tengo algo en mi vida, me lo quieres quitar, parece que me quieres ver hundido. ¡Métete en tus asuntos! —dijo Chet antes de encerrarse en su cuarto y encender el tocadiscos.
Aston, confundido, decidió salir esa noche a resolver sus dudas y buscó referencias entre sus conocidos, pero nadie sabía nada de ella, hasta que uno de sus amigos le habló de un detective privado. Así que lo contactó, necesitaba saber si ella realmente quería a Chet.
Una noche de show en el Kind of Blue, durante el intermedio, una chica se le acercó a Connie, el baterista. Y empezó a coquetear con ella. Su atractivo con las mujeres era evidente y él sabía sacarle jugo a eso. La chica le dio su número de teléfono y se fue.
—¿Cómo puedes ser tan bueno con las mujeres? —le preguntó Chet, al ver a su compañero en acción.
—A veces hay que salirse del área de confort y ser extrovertido. Tal vez contar uno que otro chiste, lo importante es siempre mantenerla sonriente y complacerla. Y claro, si eres negro como yo, siempre te va mejor —respondió Connie.
—Claro, si quieres a alguien para una noche eso funciona —dijo Bill, que se acercaba en ese momento —. Pero las relaciones van mucho más allá de pasarla bien. El amor es ir y venir, altas y bajas, aprender a ceder y proponer, dar y recibir, la más hermosa y eterna negociación. Y escuchar. Escuchar siempre. Es como el jazz. Por eso puedo decir que estos veinte años de casado han sido los más maravillosos.
Un domingo por la mañana, una fría y sutil sensación recorrió el estómago y pecho de Chet, despertándolo suavemente. Era la nariz de Dana que se hacía camino hacia su rostro para verlo sonreír.
—Buenos días. —dijo Chet, para luego darle un beso en el cuello —. Adoro tu aroma por las mañanas. Tú siempre hueles bien, tu perfume me fascina.
—Menos mal, de otro modo no sabría qué hacer con todos esos frascos sobre el peinador.
—¿Puedo preguntarte algo?, ¿Por qué te gusta dejar las cortinas medio abiertas, no te da pena que te vean de afuera? —expresó Chet, notando que una vecina que hacía ejercicio afuera de su casa no paraba de asomarse.
—Claro que no. En tal caso, me excita —dijo ella, con tono lujurioso.
—¿A qué te dedicas, amor? Creo que nunca lo hemos hablado. De hecho, casi nunca profundizamos en nada, ahora que lo pienso.
—Hoy sí amaneciste preguntón, amor —dijo Dana, entrecerrando los ojos —. Me dedico a verme bonita para ti.
—¿Acaso eres modelo?
Dana se rio, negó con la cabeza y añadió—: Eso te gustaría, ¿no, picarón? —. Chet no pudo evitar dejar salir una risa boba. Dana se levantó de la cama con los pechos descubiertos para peinarse frente al espejo.
—Esta tarde voy salir de compras con una amiga. La veré en un rato aquí en casa, saldremos en mi auto. Algo de chicas, ya sabes.
—Está bien, amor. Disfruta tus compras. Igual debo practicar un par de temas nuevos para el bar. Te marco en la noche —dijo Chet, mientras se apresuraba a vestirse.
A la semana siguiente, Chet estaba a unas cuadras del Kind of Blue, cuando vio a Connie salir de un café del otro lado de la calle, iba a echarle un grito para saludarlo hasta que vio que le abrió la puerta muy caballerosamente a una mujer que iba saliendo también. Era Dana, quien se despidió con un pequeño beso en la boca. Sintió un golpe en el estómago y se le revolvieron las tripas en un instante. Los celos y la furia lo dominaron por completo y estuvo a punto de ir a escupirle sus verdades en la cara a ese negro, pero decidió esperar un momento. Estiró el brazo para sostenerse de una pared, se contuvo y después siguió caminando al bar.
Llegó al bar y se instaló. Saludó a la banda con excepción de Connie y se dirigió directamente por un trago a la barra.
—Oye, te olvidaste del guapo Connie —dijo el baterista, dándole una palmada en la espalda. Pero Chet sólo lo ignoró y le dio un trago a su vaso. Connie miró a los otros compañeros y levantó ligeramente los brazos como gesto de que no entendía qué ocurría.
Entonces empezaron a tocar. La gente se conectó con ellos como siempre. Sin embargo, Chet estaba muriendo por dentro. No cruzó ni una mirada con los demás. Pasada una hora, ya no podía aguantar. Era el momento del solo de Connie, una improvisación de al menos dos minutos en la que se luciría y derrocharía su gran talento. Entonces el resto de la banda hizo silencio y sólo quedó sonando un ritmo sincopado en la tarola, en cualquier instante iba a encender a todos en el lugar. Chet no podía permitirlo, así que comenzó a emitir un sonido agudo y tintineante con la trompeta que se sentía más forzado que un novato intentando arrancar un Volkswagen 1965 de subida. Entonces decidió que si iba a interrumpir, sería con estilo. Y entonces dejó salir notas tan rápidas que entraron en terrenos del bebop. Connie, al darse cuenta de su compañero había subido el tempo, empezó a tocar más rápido para igualarlo, lo que hizo que la audiencia se emocionara, pero no duró mucho, ya que estos cambios de tempo cada vez se hacían más notorios, hasta que la velocidad excedió la capacidad de ambos músicos, que ya empezaban a exponer su enfrentamiento. Bill, que ya estaba harto de lo que sucedía, les gritó “¡tema!” y como por arte de magia, los cuatro entraron a tempo para la melodía principal y acabar el tema.
Chet salió del escenario hacia el camerino. Bill dijo por el micrófono que se tomarían un descanso y se dirigieron al camerino también.
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué te dio por tocar la quinta sinfonía al revés en mi solo? —dijo Connie, molesto.
—¿Cómo puedes ser tan doble cara? Te estás robando a mi novia.
—¿De qué estás hablando? Ni si quiera sé cómo se llama tu novia. ¿Samantha?
—No, sabes de quien hablo. La viste hoy.
—Ah, creo que ya sé a quién te refieres. ¿Dana? —preguntó el baterista. Chet asintió con la cabeza —. Sabía que me era familiar. No es para tanto, apenas la he visto dos o tres veces en la cafetería. Aunque es evidente que está buscando algo mejor.
Chet casi le suelta un golpe en la cara si no es porque Paul se interpuso. Empezaron a subir el volumen de la discusión hasta que Bill los calló. Les dijo que si seguían peleando, ambos terminarían fuera de la banda.
—¿Puedo acabar por esta noche? —le preguntó Chet a Bill.
—De acuerdo. Pero no te pagaré por esas horas.
—No tengo problema con eso. —Y se fue.
Salió derecho a la casa de Dana. Estaba enojado. No sabía lo que le diría, sólo quería una explicación, sentirse tranquilo. Tocó la puerta y salió. Lo saludó con alegría, pero Chet se contuvo, entró y esperó a que cerrara la puerta.
—Te vi saliendo con el baterista de la banda.
Ella se sorprendió de lo que escuchaba y luego bajó la mirada mostrándose triste.
—Connie me invitó un café. Yo siempre voy ahí. Consideré que era educado aceptar su invitación. Eso es todo —dijo Dana, para después dejar caer un par de lágrimas. Chet no pudo evitar consolarla en sus brazos.
—No llores, por favor. Sólo dime, ¿por qué lo besaste?
—¿En serio me estás preguntando eso?
—Sí, vi cuando se besaron afuera de la cafetería.
—No, amor. Debiste haber visto mal, sólo lo besé en la mejilla. Una forma muy común de saludar y despedirse de la clase alta. Nunca habría querido lastimarte. —Y ella empezó a llorar más.
—Ya, ya. No llores, amor —dijo Chet, abrazándola fuerte. Su olor lo confortaba y de alguna forma le creía.
—Ven, te voy a servir tu trago favorito. Todo este ajetreo seguramente te tiene muy estresado. Siéntate, porque desde hace días tengo ganas de hacerte el amor aquí en la sala. Es más, quiero darte gusto, ¿qué quieres que te haga? —dijo ella. Y Chet respondió levantando las cejas y formando una pequeña sonrisa.
Al día siguiente, Chet llegó a su departamento y vio a su hermano sentado en el sofá de la sala.
—Buen día, Aston. Ahora casi no nos vemos —dijo Chet, tomando un sobre de comida deshidratada de la cocina —. He estado pensando que como casi nunca estoy en el departamento, tal vez sea buena idea que me mudara. Aunque ciertamente extrañaré los viernes de videojuegos por la tarde.
—Quiero hablar contigo, hermano. Acompáñame, siéntate un momento —dijo Aston, que le entregó un folder azul marino en cuanto se sentó frente a él.
—¿Qué es esto?
—Mejor ábrelo.
Eran fotos de Dana. Una foto de ella sentada en una banca de un parque, besando en la boca a otro hombre. En otra imagen, estaba haciendo pasar a un hombre a su casa mientras sostenía un ramo de flores.
—Esto no significa nada —dijo Chet, con la voz quebrada.
—Continúa.
Y entonces vio varias fotos de ella desnuda con otros hombres y teniendo relaciones sexuales en su dormitorio, sobre las mismas sábanas en las que había dormido él. Fotos que se tomaron desde afuera, a través de aquél espacio que se formaba al dejar las cortinas abiertas.
Chet dejó caer el folder. Y dejó caer su cara en sus manos, abatido. Las fotos en el suelo, no pudo terminar de verlas. No lo podía creer. Se quedó un tiempo ahí, sin moverse.
—Lo lamento —dijo Aston.
Chet se levantó del sillón y se dirigió a su cuarto, pero antes de llegar se detuvo. Y estando de espaldas, le dijo a su hermano: Gracias. Y continuó caminando para encerrarse.
Chet pensó que no podía decirle nada a Dana. “Nunca tendré a nadie como ella, su olor, su cuerpo, su elegancia, su personalidad tan excéntrica… su olor”, pensó. Algo tenía su aroma, algo raro y muy particular que lo cautivaba demasiado. “Pero si termino con ella, tendré la posibilidad de compartir la vida con alguna otra persona. O no, tal vez me quede solo… Tal vez no sea lo suficientemente bueno para nadie, para que alguien me escuche o se fije en mí”. Pero en ése instante le vino a la cabeza su banda de jazz. “Ellos creyeron en mí. Hasta ese idiota de Connie, él fue el primero. Ellos me aceptaron. Incluso el público me aceptó. ¿Entonces por qué… duele tanto? Tal vez sólo… sólo falto yo”.
El domingo, Dana le marcó a Chet, preguntando que por qué no había ido a verla en la madrugada, ya que se quedó esperándolo. Él le respondió que había estado cansado y no tenía energías, pero que iría a verla en una hora. Cuando llegó, después de saludarse, ella se acercó para darle un beso, pero él lo esquivó y entró directamente a la casa.
—¿Qué pasa, Chet? —dijo Dana, después de cerrar la puerta.
—Hermosa, todo terminó.
—¿Qué? ¿Tú terminas conmigo?
—Sí. Me enteré de todo. Sólo me usas para satisfacer tus necesidades sexuales, soy tu juguete. Y al igual que yo, hay otros —dijo Chet, sintiendo como se le rompía el corazón por dentro y le temblaban las piernas.
Ella agachó la mirada y echó a llorar.
—Sólo fue una vez, pero no lo volveré a hacer. Lo prometo. —Dana se acercó a él, lo abrazó y le dijo susurrando—: Perdóname.
Chet se soltó de sus manos que lo rodeaban y le dijo—: Al principio fue adictivo. Y por alguna razón creí en lo nuestro. Pero me acabé dando cuenta, que como una droga, si no te dejaba a tiempo y seguía dependiendo de ti… de tus labios, envenenarías por completo mi vida. Así que… usa tu perfumado encanto manipulador, con un hombre que crea que en las llamas sólo hay calor.
—¡Eres un desagradecido! Maldito bueno para nada, mantenido. —gritó Dana, furiosa. Tomando un pequeño candelabro de oro que tenía en la mesa del vestíbulo, para empezar a agitarlo contra él y añadir—: Nunca conseguirás a nadie como yo. No puedes hablarme así en mi propia casa, ¡sal de mi casa o llamo a la policía!
Chet asintió con la cabeza y le sonrió. Salió de la casa y miró al cielo, se podían ver las estrellas esa noche. Sintió una libertad que nunca había sentido y caminó a su departamento, su hogar.
Una noche de evento, Chet estaba tocando junto a su banda. En esa ocasión tocaba de una manera excepcional, sabía que las personas que resonaran con él formarían una energía increíble. Y así era, todos en el bar movían cabezas y pies. Al final, una chica del público se le acercó.
—Hola… disculpa, no soy buena en esto, pero he venido desde hace un par de semanas y no puedo dejar de verte, creo que eres muy atractivo y… me encantaría salir contigo algún día. Claro, si estás de acuerdo —dijo ella.
Los demás en la banda se le quedaron viendo con una sonrisa de lado a lado, incluso Bill se cruzó de brazos conteniendo la risa. Al darse cuenta, Chet preguntó—: ¿Qué?
Comments