Bruno sintió un fuerte escalofrío en los dedos de su mano derecha que le recorrió todo el brazo. Como si algo le advirtiera que no lo hiciera. Pero Cannes estaba en la mira y ya había tomado la decisión.
Tiró del gatillo…
Un pequeño estruendo resonó en los alrededores. La bala había acertado en el estómago de Cannes, quien con el impacto cayó inmóvil al suelo. Bruno corrió en su dirección atravesando el río de basura que antes había sido una avenida principal.
Mientras se acercaba a paso veloz, un sentimiento de ira se apoderó de él y le hizo extender su brazo para apuntarle nuevamente con su revólver.
—Mira a quién tenemos aquí, ¿cuántos años han pasado desde nuestra última fiesta? —dijo Cannes, burlándose. A pesar de estar desangrándose de un costado.
—Finalmente me desharé de mi pasado —respondió Bruno.
—No te desharás de nada, no pudiste huir de la ciudad y no podrás huir de lo que eres. Eres una escoria y morirás siendo una escoria. Soy alguien importante para la familia, si me haces algo, estarás cavando tu tumba.
—Entonces tal vez sea hora de ponerle fin a la familia. —Cannes escupió sangre de la carcajada—. Debiste matarme cuando pudiste.
No sólo parecía estúpido lo que estaba diciendo, sino que también parecía ser la única alternativa. Si de verdad quería vengar la muerte de Stella y vivir en paz, debía acabar con Bonasera y la familia. Debía acabar con todos.
Pero no iba a poder hacerlo solo, eso era seguro. Por más áspera que fuera su actitud, sabía perfectamente que iba a necesitar una estrategia.
—Buen viaje al infierno, bastardo —dijo Bruno. Y le voló la cabeza a Cannes con un disparo.
Pensó en tirar su cuerpo al río de basura, pero se le cruzó una idea por la cabeza que definitivamente le pareció mejor. Sólo había alguien con el poder para hundir a Bonasera. Y aunque no era cosa sencilla, él ya había dado el pie derecho. Guardó su revólver. Se dirigió al auto de Cannes. Un Mustang descapotable rojo del 65. Abrió la cajuela y arrastró el cuerpo para luego meterlo con poca delicadeza. Giró la llave que estaba pegada al switch de ignición y arrancó el auto. Le llevaría un regalo a Garrido, el maldito dueño de Ciudad F.
Salió de aquél nido de ratas para adentrarse en la Av. Eastwood, que distribuía a las avenidas principales, pero más importante, dirigía al área más rica de la ciudad, la Colonia Rockefeller. Calles con edificios y hogares amplios, incluso con árboles reales y de diferentes especies. Nada de simulaciones de plástico.
Al llegar a las puertas doradas de la Mansión Garrido, dos personas uniformadas y muy bien armadas le preguntaron a Bruno que a quién iba a ver. Él ya había pensado durante todo el camino varias opciones sobre qué decir pero nada le pareció lo suficientemente apropiado, así que improvisó.
—Vengo a entregar personalmente un paquete para el señor Garrido. —Ambos guardias se vieron mutuamente, hasta que uno respondió—: Nadie ve al señor Garrido sin cita. ¿Nombre?
—Bruno.
—¿Bruno… qué?
—Bruno Clay.
Los dos guardias se alejaron a revisar su computadora. Sabía que no estaría en la lista de invitados. Y si en alguna lista estaba, era una lista peligrosa. Empezaban a tardar.
—¡Díganle que es urgente! —dijo Bruno, levantando un poco la voz.
Ambos guardias pusieron cara de pocos amigos y uno de ellos se decidió por hacer una llamada. Al poco tiempo, ambos guardias salieron de la caseta junto con otros tres hombres.
—¡Salga del auto! —gritó uno de ellos.
—¿Para qué?
—Sólo salga del auto —dijo uno de los guardias abriendo la puerta del Mustang de forma brusca.
—De acuerdo, de acuerdo —aceptó Bruno, mientras lo cateaban de pies a cabeza y empezaban a revisar el auto.
Miraron por debajo de los asientos, dentro del cofre, en la guantera… y entonces abrieron la cajuela.
Los guardias hicieron cara de asco, seguramente el cuerpo ya comenzaba a apestar, el viaje había sido largo. Cerraron la cajuela.
—Puedes entrar —dijo uno de los guardias, entregándole un pase—. Pero te lo advierto, intentas cualquier cosa y te sacaremos en pedazos con tu noviecita.
El guardia dio la señal y las enormes puertas doradas se abrieron. Los guardias se apartaron del Mustang y dejaron subirse a Bruno para seguir avanzando. Siguió el camino a través de un pequeño bosque hasta llegar a la mansión. Un edificio de mármol blanco tan gigantesco que haría ver a los castillos medievales como juguetes. Varios guardias lo estaban esperando, le indicarían donde estacionarse.
Al salir del auto, un guardia le dijo a Bruno que los acompañara. Mientras otro de ellos sacaba el cuerpo de Cannes del auto y lo subía a un camastro. Y entonces accedieron a la mansión.
Recorrieron un largo pasillo hasta llegar a un cuarto cerrado con dos portones de madera labrada, los cuales se abrieron en cuanto uno de los uniformados que acompañaban a Bruno dio el aviso.
—¿Quién es? —pregunto una voz áspera y gruesa en el fondo del cuarto.
—Bruno Clay, señor. Dice que viene a entregarle un paquete —expresó uno de los guardias.
—Que pase.
Uno de los guardias asintió la cabeza como señal para que Bruno avanzara. Por lo que entró al cuarto con cautela. Atrás de él iba otro de los guardias con el camastro. El lugar tenía una luz cálida tenue y un olor a puro que se extendía por los muebles.
—Con su permiso señor Garrido, en las calles es bien conocida la rivalidad disfrazada de negocio que existe entre el Norte y el Sur de la ciudad. Sólo hace falta que uno de los lados tome la iniciativa para tomar el mando de una vez por todas. Y usted sabe quién merece tener la batuta… Aquí le entrego el cuerpo de uno de los tiradores mejor pagados de Bonasera. Sin duda alguna, uno de sus caballos de ajedrez.
Garrido se quedó inmóvil en su silla. Pasaba sus dedos por su bigote canoso, mientras veía fijamente a Bruno y analizaba lo que acababa de escuchar.
—¿Te das cuenta lo que tus acciones pueden desatar? —dijo seriamente Garrido, levantándose de su silla—. Desde el inicio de Ciudad F ambos lados han mantenido un pacto. Y ahora vienes a mí, proponiéndome que desencadene un infierno en toda la maldita ciudad. Y encima que traicione al dueño de la mayor mafia de drogas y ponga en duda todo mi trabajo por un cadáver. ¿Crees de verdad que saldrás con vida de este cuarto?
Garrido sacó una pistola de uno de los bolsillos de su saco de vestir. Cargó el arma y se acercó a él a paso lento. Y le puso el cañón en la frente. Bruno sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal. Sabía que no tenía oportunidad, no sólo porque lo despojaron de su S&W, sino porque habían al menos diez guardias armados en la entrada del cuarto y otros ocho ahí dentro, frente a él.
—Sólo sé que un visionario de su calibre no se detendrá hasta conseguir lo que merece.
Garrido presionó con fuerza el cañón de su arma contra la frente de Bruno después de su respuesta.
Y le dijo serio—: Bastardo insolente. ¡Mira que tienes agallas! Eso me agrada. —Le quitó el arma de la cabeza y regresó tranquilamente a su silla. Todos en la sala se quedaron sorprendidos por lo ocurrido—. Bruno Clay, aunque de verdad odiaba al imbécil de Cannes, sé que también perteneces a la familia de Bonasera. Y sabes perfectamente que una familia no es algo que puedes cambiar. Hiciste un pacto de sangre.
—Sí señor, hice un pacto. Pero ese pacto se fue al carajo cuando esos malditos mataron a mi esposa y me jodieron la vida. Ahora soy sólo una mosca en la sopa que sabe de más, en cuanto me encuentren me matarán. Pero muerto no le sirvo a nadie.
Un silencio inundó la habitación por un momento. Garrido se notaba tenso y pensativo. Hasta que finalmente hizo un gesto con la mano para llamar a uno de los hombres que estaban a su lado. Quien se le acercó lo suficiente para que le dijera algo al oído. Y segundos después el hombre desapareció por una cortina de atrás.
—De acuerdo, hijo. Pensaba tomarme mucho más tiempo para organizar el golpe, pero qué carajos. Tal vez contigo podamos hacerlo en la mitad del tiempo. Normalmente nuestros espías no duran mucho, ya sea porque los descubren y los matan o porque los descubren y los matamos. Pero como tú ya hiciste el trabajo y estuviste ahí dentro, nos podemos ahorrar esa parte e ir a lo que nos ocupa. — En ese momento salió de la cortina un hombre bajo de estatura, se le notaba sobrepeso y portaba un saco largo que parecía tener varios siglos y un sombrero.
—Bullock, qué bueno que estás aquí, por favor llévate el cadáver de ése animal de Cannes. Ya comienza a apestar mi oficina. —expresó Garrido.
—Sí, señor. —Bullock levantó rápidamente la tela blanca del rostro de Cannes y volvió a taparlo. No podía creer que estuviera muerto. Mientras llevaba el camastro hacia la puerta, Bullock se dio cuenta de la presencia de Bruno, lo que lo hizo sobresaltarse como si hubiera visto un fantasma. Y con un hilo de voz decir—: ¿Qué haces aquí?
—¿Ya se conocen? —dijo Garrido, extrañado de la reacción del gordo.
—No, no, no señor. Disculpe, creo que lo confundí con otra persona. Usted sabe, hay demasiadas personas en esta ciudad.
—Entonces llévate ya ese olor a putrefacción que no sé si viene de ti o del muerto. —Al salir Bullock por la puerta, un hombre bien vestido atravesó la cortina y se ubicó frente a ellos—. Te presento a mi mano derecha: Wallace, dueño de básicamente todas las cadenas restauranteras de la ciudad y quien maneja gran parte de los asuntos de la familia. Desde ahora, tu superior. Lo que Wallace dice, se hace.
Loción intensa, buen porte y traje a la medida. Bruno lo reconoció inmediatamente. Hacía solamente unas horas estaba dudando entre matarlo o no. Se dio cuenta que pudo haber arruinado todo por algo de dinero.
Entonces lo entendió todo, esa asquerosa verruga en la nariz lo delataba. Bullock era el sujeto del bar que lo contrató para matar a Wallace. Aquél día su disfraz de mesero no le ayudó a cubrir su gigantesca verruga. Era un mal momento para ser aquel gordo.
—Su nombre es Bruno Clay. Se unirá a la familia, por lo que necesito que organices su iniciación —dijo Garrido.
—Claro que sí, señor —respondió Wallace—. Me parece que te vendrá bien conocer a Dante. Ten, mañana mismo pasaré por ti y te llevaré con él. Llama a las 7 AM a este número. —Wallace le entregó a Bruno una tarjeta con un número de teléfono impreso.
—Lo haré —dijo Bruno.
Se despidieron y dirigieron a Bruno hacia uno de los cuartos de la mansión donde tomarían sus datos. Registraron todo, nombre, peso, huellas dactilares, radiografías y fotos de todo su cuerpo. Los doctores le hicieron un examen médico minucioso que incluía pruebas psicométricas, exámenes de vista, al igual que muestras de orina y sangre. Le hicieron firmar una responsiva con muchas páginas y después le dijeron que regresara al día siguiente para la iniciación.
Cuando finalmente salió de la mansión, ya era de noche. Caminó hacia el estacionamiento por el Mustang de Cannes, ahora su auto. Sacó las llaves, pero de repente un impacto lo arrojó contra la puerta del auto. Era Bullock, aunque era más bajo que él, tenía fuerza.
—¿Qué haces aquí, maldito sicario?, ¿Por qué no atendiste mis llamadas? —Le apuntó con una pistola al pecho.
—Una mejor oportunidad se cruzó en mi camino. Algo que no tiene nada que ver con tu estúpido dinero.
Bullock se enfureció y apretó la pistola contra Bruno—. No soy estúpido. No permitiré que te burles de mí y arruines mi vida.
—Entonces no actúes como estúpido. Hay cámaras por todas partes, cuando entré vi al menos siete en el estacionamiento. Además, hiciste un escándalo en la oficina de Garrido. Si me matas aquí, sospecharán de ti. Y tu plan se irá a la mierda. Mira gordo, no sé quién seas, haz lo que quieras, a mí no me interesa. Sólo no me metas en tus asuntos.
—Maldito sicario… Te lo advierto, yo no perdono. Si te interpones en mis planes otra vez, te mataré. —dijo Bullock, antes de subir a su auto y marcharse.
6:59 AM, Bruno se sentía como en sus días de escuela. Con muchísimo sueño pero con ganas de que la vida lo sorprendiera con algo nuevo. Al dar las siete, llamó al número de teléfono de la tarjeta. Sonó un par de veces y contestó un conmutador con la voz de una mujer diciendo que esperara en la línea. Al cabo de un minuto la voz de la mujer dijo “gracias por esperar” y colgó. Se le hizo extraño a Bruno, por lo que volvió a marcar, pero esta vez nadie contestó. Se levantó por un cigarro que dejó en la cocineta, cuando sintió un tremendo golpe en el estómago. En cuestión de segundos le pusieron una bolsa en la cabeza, sintió que le esposaron las manos y lo arrastraron por las escaleras hasta subirlo a un auto.
Al cabo de un tiempo, el auto se detuvo y lo bajaron arrastrando. Lo hicieron sentarse en una silla y le quitaron la bolsa de la cabeza. Era el interior de una sala amplia y muy elegante. Estaban cuatro hombres frente a él.
—Buenos días, Bruno. —dijo Wallace, sonriendo.
—Bienvenido a mi casa, Bruno —expresó un hombre alto y muy fornido, vestía traje y usaba una corbata negra que combinaba con su cabeza completamente afeitada—. Soy Dante. Exmilitar y actual jefe de la división de secuestros de la Mafia del Norte. Yo te convertiré en el mejor matón de la ciudad.
Entonces empezó la temporada de iniciación. Dante lo adoptó como su nuevo discípulo. Lo llevó a presenciar cada una de sus operaciones. Y nunca fallaba.
—En este mundo existen reglas universales. Y sólo quienes las entienden verdaderamente, pueden crecer. Esta es tu primera lección chico: Todo tiene un punto de quiebre. —Se encontraban en el dormitorio de un señor ya entrado a los sesenta y tantos. Su esposa estaba amarrada a una de las patas de la cama, tirada en el piso.
—No les daré nada, malditos vividores —dijo el viejo que ya había recibido un golpe en la cara y una bala en la pierna.
Cinco hombres enmascarados acompañaban a Dante y a Bruno. Pero no habían podido hacer que el señor firmara un contrato digital para traspasar sus empresas a nombre de Wallace.
—Ya veo que no le importa la salud de su esposa, señor Walton. —expresó Dante, con tranquilidad.
—¡No me va a intimidar con sus artimañas!
—¿Pero qué tal la salud de su empleado doméstico? Tráiganlo. —Uno de los hombres de Dalton trajo a la habitación un joven de aproximadamente 20 años, quien vestía como mayordomo. Le apuntaron con un arma en la cabeza—Estaba escondido en el cuarto de emergencia, junto a su caja fuerte. ¡Qué interesante!
—¡Miró! No, no, por favor. Déjenlo ir —lloró el viejo.
—Qué curiosa manera de manejar sus prioridades señor Walton. ¿Qué pasaría si le volamos la cara a su juguete sexual?
—¡Suficiente! Firmaré su estúpido documento. —Dos enmascarados lo tomaron de los hombros y lo arrastraron hasta una pantalla portátil, que tomaría sus huellas dactilares, imagen de retina y contraseña de voz.
—¿No fue tan difícil, o sí, viejo? —dijo Dante, mirando de reojo a la esposa del viejo, quien estaba iracunda.
Salieron de la casa del señor Walton hacia sus autos. Al poco tiempo llegó la policía al lugar.
—¡Mierda, por poco nos atrapan! —dijo Bruno, mirando hacia atrás y haciendo que Dante riera a carcajadas.
—Chico, nunca nos atrapan. Cada operación está detalladamente calculada en tiempo. Además, ningún asalto de la mafia se hace sin avisarle a Bullock, el jefe de la policía.
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