Horacio salía de clases, cuando la vio. Estaba en la oficina del director. Por un momento dudó, pero cuando ella volteó la mirada hacia él, la reconoció inmediatamente y bajó la mirada apenado.
Le sorprendía enormemente que estuviera ahí, frente a él, en su escuela. Había cambiado mucho desde que se vieron por última vez. El padre de ella y el de Horacio trabajaban en la misma empresa y se frecuentaban bastante, tan buena relación tenían, que sus hijos jugaban en el jardín mientras ellos tomaban cerveza junto a sus esposas. Pero alguno de ellos tuvo un problema de dinero con el otro y dejaron de verse.
Al día siguiente, Horacio llegó a la parada del autobús que lo llevaría a la escuela. Su mochila llena de cuadernos, le pesaba demasiado así que decidió sentarse en la banca de la parada y colocar su mochila en el piso. Pensó que su tacañería de no pagar un locker le iba a costar un trauma permanente en su columna vertebral. Y entonces la vio. Se acercaba caminando hacia él, parecía que daba pequeños saltos de vez en cuando, estaba inmersa en la música que emergía de sus audífonos. Su cabello largo castaño lo embobó tanto que casi deja caer una gota de saliva al piso. Nervioso, Horacio irguió su espalda, dirigió la mirada al frente, tragó una bocanada de aire y disimuló no haberse dado cuenta de ella.
—Hola, ¿tú eres el chico que me estaba viendo ayer, verdad?
—Hola Mary, eh… sí. ¿No te acuerdas de mí? Soy Horacio. —Ella parecía no recordar e hizo una cara de extrañeza. Por lo que él tenía que hacer algo antes de parecer un estúpido, así que añadió: Horacio Shelter, cuando éramos niños jugábamos futbol en el jardín de tu papá, mientras nuestros padres se reunían.
—Ah, ¡claro! Horacio. El niño que se sacaba los mocos.
—Eh, sí, no. No lo creo.
—Es broma. —dijo Mary, sonriendo—. Te recuerdo perfecto.
Ambos charlaron mientras llegaba el autobús. Y cuando llegó, subieron y compartieron asiento. Tenían mucho de qué hablar.
Cuando llegaron a la escuela, ambos se separaron y se dirigieron a sus respectivas clases, ella iba un año adelante, por lo que no tomarían clases juntos.
Horacio se sentía un poco estúpido, inconsciente de lo que hacía y debía hacer. Ése día estuvo esperando varias horas a Mary en lo que salía de sus clases, pero no la vio. Por lo que se resignó a regresar a su casa. A punto de llegar, recordó que ése día debía pasar por su hermano pequeño y se fue corriendo por él. Y ahí estaba, sentado en la banqueta llorando, pobrecito.
Al día siguiente, a las doce, llegó nuevamente a la parada del autobús. Y ahí se encontraba ella, quien lo recibió con una radiante sonrisa. Hablaron de todo. Esta vez, Mary le contó que la razón por la que cambió de escuela estando en último año, era porque su exnovio le había hecho mucho daño. Aunque estaban separados, él la seguía hasta su casa y a veces sus discusiones terminaban en golpes. Había intentado hablar con él, pero no era suficiente. Incluso una vez hasta lo demandó y lo metió a prisión. Pero salió en cuanto pagaron la fianza. Por lo que su papá le recomendó que saliera de la casa y que viviera con su tía un año, en lo que las cosas se tranquilizaban.
—¿Me prestas tu computadora Horacio? No creo que estés apuntando nada de lo que estoy diciendo.
—Disculpe maestra, estaba pensando en… otra cosa.
—Entonces sal de mi clase y ve a pensar en otra cosa al patio.
Horacio nunca se había sentido así. Su mente lo invadía de preguntas:
¿Acaso estoy enamorado? ¿Cómo puedo saberlo? Si nunca lo he estado. Nunca he tenido novia. ¿Qué sentido tiene? Ella no me va a querer igual. ¿O sí? Seguramente no quiere estar con nadie después de lo que le hizo su exnovio. Qué locura. ¿En qué momento el amor se vuelve violencia? ¿O es que nunca fue amor lo que tenían? No creo que pueda tener algo con ella. ¿Seré capaz de atreverme a decirle lo que siento? ¿O seré un cobarde?
Así pasaron varios meses. Cada medio día Horacio y Mary se veían en la parada del autobús. Se volvieron grandes amigos. Pero Horacio nunca se atrevía a decirle nada.
Hasta que llegó el día del baile escolar. Todos los estudiantes irían. Horacio sabía que si no se lo decía ese día, no se lo iba a decir nunca. Así que cuando la vio llegar con su vestido verde, tomó una bocanada de aire y de valor, para dar el primer paso. Pero un estudiante del club de deportes se le atravesó y la invitó a bailar.
—Carajo, le encanta bailar. Yo ni sé bailar. Obviamente le dirá que sí —pensó Horacio.
Y tal cual, ella aceptó al chico y bailaron. Una, dos, tres canciones. Horacio se moría por dentro. Sabía que no debía perder tiempo. Así que tomó el poco valor que le que le quedaba en sus reservas y emprendió paso veloz. Llegó al final de la cuarta canción y le pidió a Mary que bailara con él. Ella aceptó mandar a volar al otro chico y tomar la mano de Horacio.
Sudor. La mano de Horacio sudaba a mares y seguramente ella ya lo habría notado. Trataba de seguirle los pasos a Mary, pero ella lo hacía con tanta destreza que él finalmente decidió alzar los pies al ritmo de la canción, parecía como si estuviera marchando o le hubieran dado ganas de ir al baño.
—Mary, tengo algo que decirte. No me lo puedo callar más. Sé que faltan sólo un par de semanas para que acabe el año escolar y no sé si te volveré a ver. —Ella se sorprendió un poco al ver que casi dejaron de bailar—. Mary, te amo.
Detuvieron los pasos de baile y soltaron sus manos. Ella agachó la mirada y lo abrazó suavemente. Luego se fue.
Los días siguientes ya no fueron tan soleados como antes. Ahora cada vez que Horacio iba a la escuela ya no se encontraba con ella en la parada de autobús. Dejó de tomar esa ruta. Parecía que había arruinado la mejor amistad que jamás había tenido.
Al final del último día de escuela, Horacio se había despedido de sus compañeros cuando la vio. Preciosa, con su cabello castaño bailando con el viento.
—Perdóname. —dijo Mary.
—No te preocupes. Lo sé. —dijo Horacio.
—No quiero perderlo todo otra vez. No otra vez.
—Sea lo que sea no dejaré de caminar junto a ti, aunque esté lejos. Y cuando me necesites estaré para ti, escuchándote, ahí pegadito a tu corazón… entre el sol y tu sombra.
Comentários