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XIII. Última Bala

Bruno, que caminaba por uno de los barrios pobres de la ciudad, entró a un edificio abandonado. Las paredes carcomidas y el olor a opio lo guiaron hasta un espacio abierto que apuntaba a haber sido el salón de eventos de un hotel. Y ahí estábamos David y yo. En medio de la sala, frente a una mesa con un montón de computadoras y planos. Nos encontrábamos preparando la emboscada.


—¡Forastero! Qué gusto que hayas aceptado ayudarnos. Te presento a David, gran amigo, ingeniero informático y excelente hacker —dije, al verlo.


—Hola, mucho gusto. Bruno Clay.


—Vamos al grano. El objetivo es atrapar a ambos capos de la mafia, vivos. Y que testifiquen uno contra otro. Ya que hemos evaluado un sinfín de posibilidades y parece ser la única manera de que consigamos las pruebas suficientes para derrocar a ambas familias y sus negocios. Eso, sumado a los testimonios de Epifanía y Bruno, hará que nunca puedan salir de la cárcel. Pero tenemos que actuar ahora, hay rumores de que Garrido planea un gran golpe esta noche —expliqué.


—Efectivamente. A media noche Garrido va a atacar la mansión de Bonasera con todo su arsenal. Es un momento que lleva planeando por varios años —dijo Bruno.


—Y ahora que sabemos específicamente cuándo y dónde, es el momento perfecto para actuar.


—Estoy de acuerdo en eso. Pero tengo dos preguntas: ¿Cómo se supone que vamos a lograrlo? No creo que duremos dos segundos ahí adentro. Y aunque consiguiéramos esposar a ambos tipos, no creo que haya manera de salir con ellos de la mansión. Habrá decenas de sicarios armados. Y dos, ¿Cómo meteremos a prisión a Garrido, si la policía está de su lado?


Yo estaba a punto de responder cuando la tersa voz de una mujer se me adelantó: “Ahí es donde entro yo”, era Laura, mi ex compañera en la policía, que entró a la sala como un fantasma.


—Una vez teniendo las grabaciones testimonio de ambos capos, podremos salir de la mansión con ayuda de un equipo especial de policías dirigido por Laura, la mejor oficial que conozco. Ellos nos abrirán camino —dije.


—Y respondiendo a tu segunda pregunta, con los testimonios podremos tener suficientes argumentos para meter al mismo comisario a la cárcel. Y como la siguiente al mando soy yo, dirigiré todas las operaciones para asegurarme de culminar todo el caso. No todo el sistema policial está envenenado —dijo Laura, con determinación.


—Aún así, antes de cualquier cosa, necesitamos conocer todo lo que podamos del enemigo, de ambas mafias. Forma de pensar, costumbres, locaciones… Y como Bruno ha experimentado en carne propia esa vida, es el indicado para enseñarnos —dije.


Bruno nos contó su historia, detallando información clave. De vendedor a asesino, de prófugo a líder…


—Sin embargo, si yo me aparezco frente a Garrido, lo más probable es que me mate. O en el mejor de los casos, me pedirá que lo ayude a entrar a la mansión —dijo Bruno.

 

—Tal vez eso sea lo más conveniente. Si lo acompañas, estarás más cerca de él, por lo que nos facilitará estar al tanto. Conoces la mansión de Bonasera, ¿sabes si estará bien vigilada?—pregunté.


—No sólo estará sumamente vigilada, sino que será prácticamente imposible llegar a Bonasera. Ya que tiene un estricto protocolo de seguridad, ante cualquier peligro de ataque siempre se oculta en su fortaleza. Un gigantesco búnker de metros y metros de tungsteno. Una especie de caja fuerte que sólo puede abrirse y cerrarse desde adentro. Y ninguna señal puede atravesarlo, por lo que no hay manera de comunicarse con el exterior estando allí. Afuera de la fortaleza hay dos muros paralelos, uno de cada lado, que sirven como trincheras para los guardias que protegen la entrada. Calculo que habrá alrededor de tres guardias de cada lado.


—El tungsteno es superior al titanio en resistencia. Y es casi inexistente en la ciudad, me impresiona que haya podido construir algo así. Si es verdad lo que dices, ninguna bomba, bala o cañón, podrá penetrar ese búnker. Una vez dentro, Bonasera es intocable. Por lo tanto, la única manera de llegar a él, es antes de que entre a la fortaleza. ¿Sabes llegar a ella?


—Sí. Pero no tengo idea de cómo abrirla o cerrarla.


—No te preocupes por eso. Lo extremadamente vital es encontrarlo antes. ¿Qué tan lejos está la fortaleza de su dormitorio?


—Aproximadamente a tres minutos por el elevador principal. Sin embargo, como será un ataque frontal, no podrá utilizarlo. Supongo que tendrá que salir por la ruta de emergencia de su habitación. Nadie la conoce, pero se dice que es un pasadizo estrecho que se escurre entre las paredes de la mansión hasta el búnker. El cuál se encuentra en la parte más baja de la mansión, siete pisos bajo tierra. Por lo que calculo un mínimo de diez minutos.


Me quedé pensando por un momento. Caminé en círculos por unos minutos mientras los demás me veían en silencio como a un animal enjaulado.


—¡Lo tengo! Bruno debe ver antes a Garrido y contarle de la Fortaleza. Con esa información no tendrá más opción que ir tras él. Sin embargo, no se le debe decir que puede bajar por el elevador, ni que la fortaleza es impenetrable, sólo se le dirá que ahí se ocultará y que podrá abrirla con un buen decodificador. Garrido, confiado de su poder, simplemente irá ahí con un montón de matones esperando que Bonasera caiga a sus pies. Garrido se regocijará con la información, no obstante, no confiará plenamente en Bruno como para que vaya con él, por lo que le encomendará acompañar o dirigir uno de sus escuadrones secundarios. Eso le dará la oportunidad a Bruno de avanzar dentro de la mansión, y en el momento oportuno, eliminar a su propio equipo. Bajará por el elevador y llegará a la entrada de la fortaleza antes de las doce y diez de la noche.   


Yo deberé buscarme camino para atravesar los pasillos de la mansión y llegar a la fortaleza antes de las doce y diez, para encontrarme con Bruno. El que llegue primero, debe encargarse de los guardias, o en dado caso, hacerlo en equipo. Si los guardias usan una vestimenta específica, deberemos quitarles su atuendo a dos de ellos y ponérnoslo, para que de esa manera nos hagamos pasar por guardias. Los cadáveres de los guardias los esconderíamos en las trincheras. Y esperaremos a Bonasera ahí mismo. Cuando llegue, rápidamente lo tomaremos como rehén. Aunque lleve a muchos escoltas, no podrán hacer nada al ver al capo en esa situación. Obligamos al capo a cerrar el búnker y ya adentro lo haremos hablar. Sabemos que por el código omertá de la mafia no dirá nada de la familia Vitolani… pero puede decirnos mucho sobre Garrido. Crímenes, fraudes y negocios. Le diremos que si testifica contra él, sólo le daremos cuatro años de cárcel por cooperar con la policía. Y que si no acepta le daremos cadena perpetua. Dejarle claro que lo que más nos interesa es atrapar a Garrido. Y con el rencor que le tendrá después de que lo traicione, deberá aceptar la oferta. Todo lo grabaremos en video como prueba irrefutable.

Después, cuando Garrido llegue a las puertas de la Fortaleza, porque lo hará. Nosotros estaremos esperando. Yo me esconderé cerca de la entrada, mientras Bruno estará justo en el centro, apuntando a Bonasera, quien estará atado de pies y manos. Y por supuesto con la boca tapada. Garrido no podrá creerlo y dudará de la lealtad de Bruno. Pero Bruno le dirá que lo atrapó para él y entonces le dará pie para que él lo mate. El exgobernador no podrá negarse a acercarse y burlarse en su cara. Y como ama ser el protagonista, entrará primero. Y cuando eso suceda, yo cerraré las puertas y lo arrestaré. Y entonces lo haremos hablar a él, con la promesa de que se le condenará la libertad si coopera con la policía. Con ambos testimonios podremos encerrarlos a ambos. Sin embargo, sólo con los videos no será suficiente. Con su influencia a lo mucho serviría para unos cuantos años en prisión. Por eso Bruno y Epifanía deberán testificar en su contra en el juzgado. Sólo así aseguraremos que nunca salgan de la cárcel.

David entrará al sistema de seguridad de la mansión para hackear las cámaras. Y nos guiará en todo momento a través de un pequeño auricular con un potente sensor infrarojo. Indicándonos tiempos clave, rutas seguras y enemigos cercanos.

Laura esperará hasta las doce y media, momento en el que el enfrentamiento se habrá reducido considerablemente, para entrar con su escuadrón hasta la fortaleza y sacarnos de la mansión a salvo junto con los testimonios. 


Los demás se quedaron  perplejos al escuchar el plan.


—¿Qué opinan? ¿Están de acuerdo? —pregunté. Los cuatro nos miramos en silencio. Pero terminaron asintiendo con la cabeza—. Hagámoslo.

 

—Bruno, por favor acompáñame, necesito que me ayudes a realizar un aproximado de los planos arquitectónicos de la mansión —dijo David. A lo que Bruno aceptó, dirigiéndose con él a las computadoras.


—Lamento todo lo que pasó, Jack. No tenía idea de que el comisario interceptaba todas las llamadas —dijo Laura.

 

—Tranquila, eso fue lo de menos.

 

—Y lamento lo de Phil —dijo, mientras me abrazaba. Me quedé inmóvil. No quería pensar en ello.

  

—¿Crees que funcione? —le pregunté. Se quedó en silencio por un momento. 


—Creo en ti —respondió. Para después salir del edificio.


Diez y media de la noche. Garrido estaba en su oficina, terminando de vestirse para el asalto a la mansión. Su sastre personal le estaba colocando un saco sobre el chaleco antibalas.


—Aunque la ciudad no se dé cuenta, este día es muy especial para mí. Algo así como una coronación —dijo Garrido. Un par de segundos después tocaron la puerta —. Pase.


—Señor, uno de sus hombres quiere verlo —dijo el mayordomo.


—¿Quién?


—Permiso. Tengo información importante —dijo Bruno, adelantándose a entrar. Mirando la decena de guardaespaldas que estaban en la habitación.


Garrido lo vio con profunda seriedad y suspicacia. Pero movió la cabeza en señal de que continuara hablando.


—Señor, creo que para su ataque debe considerar dirigirse  directamente a la Fortaleza, el escondite de Bonasera en momentos de emergencia. Un enorme búnker secreto, en el que una vez dentro, no podremos llegar a él. Ninguna explosión podría derribarlo. No obstante, conozco su ubicación. Y con el decodificador correcto, podríamos abrirlo.

—¿Por qué no viniste después del asalto a los laboratorios? ¿Por qué no diste aviso de tu ubicación? Te buscamos por todas partes.


—Estuve internado en el hospital Apolo, ni siquiera podía moverme. Mire —dijo Bruno, antes de mostrarle una herida de bala en el hombro —. ¿Le muestro mi pierna? estaba casi deshecha.


—No, no, no. Déjalo… ¿Ya estás en condiciones de trabajar?


—Sí, señor. No puedo correr demasiado, pero puedo triturar cráneos.


—Excelente. Tú te harás cargo del grupo de contención principal. Defenderán al escuadrón élite que me llevará con Bonasera.


—Entendido.


—Loui, llévalo con su escuadrón correspondiente y diles que él estará al mando. Y por favor dile a Wallace que hable con él para fijar la ubicación de la Fortaleza. Corre, que salimos en veinte minutos.


Bruno salió con Loui de la habitación.


—Parece que finalmente encontré a mi sucesor —le expresó Garrido al sastre.



---



11:58 PM.


—Estoy en posición —dije por el auricular. Me encontraba oculto entre los arbustos del jardín principal de Bonasera. Me había escabullido a través de los guardias de seguridad y el enrejado.


—Enterado —respondió David al otro lado de la frecuencia. Quien había bloqueado las cámaras de vigilancia.


Vi que decenas de francotiradores caminaban sobre el techo, por lo que no podía acercarme más. Debía esperar al momento del golpe.


—En posición —dijo Bruno.


—En posición —repitió Laura.


—Garrido no me contó todo el plan, pero imagino que empezarán con un ataque frontal con el pelotón —dijo Bruno.


“Enterado”, respondimos todos. Y dieron las doce de la noche.


—Buena suerte —dije.


Y entonces un agudo y estridente silbido se escuchó en el aire. Supe que no era algo bueno y sin hesitar me lancé hacia atrás cubriéndome la cabeza. Un par de segundos después, un misil cayó en la entrada de la residencia, creando una gran explosión que arrasó con gran parte de la estructura del edificio. Haciendo caer a prácticamente todos los francotiradores. Se podían escuchar gritos de dolor a lo lejos. En un abrir y cerrar de ojos, varios camiones de construcción comenzaron a atravesar el enrejado y el jardín.

Decenas de hombres armados salieron a proteger la mansión. Yo, que estaba un poco aturdido por el estallido, aproveché el momento para escabullirme hasta la fachada  y me acerqué hasta una ventana rota del segundo piso.


—Creo que mejor entro por aquí —dije.


—Negativo. El riesgo de perderte y no hallar el elevador es muy alto. Apégate al plan y entra por la puerta principal —respondió David.


—Claro, es fácil decirlo. A ti no te explotó un misil en la cara.


Los matones de Garrido salieron de los camiones y comenzaron a disparar. Y todo aquello se convirtió en una batalla campal. Me acerqué con cuidado cubriéndome con el cascote. Esperé a que salieran varias personas y accedí rápidamente por la entrada principal, la que por cierto ya estaba mucho más amplia. Me escurrí entre altos pilares de mármol, dejando pasar a uno que otro tipo de vez en cuando. Hasta que pude cruzar el vestíbulo y pasar por dos grandes puertas de amaranto, las cuales tenían un color violáceo que nunca había visto en mi vida. Entré a un salón de eventos gigante, que estaba completamente vacío y oscuro.


—Continúa hasta el pasillo. Después gira a la derecha —me dijo David.


Fui de frente. Pero al entrar al pasillo, un grupo de sicarios me encontró y comenzó a dispararme, por lo que corrí a toda velocidad tratando de evitar los proyectiles.


—Ahí es donde se hospedan los guardias, por lo que seguramente encontrarás a muchos de ellos —dijo David. 


—Hubiera sido bueno saberlo.


—No hay otra manera más rápida de llegar.


Pasé varios cuartos, puertas y puertas de ambos lados… y llegué al final del pasillo.


—Abre la puerta a tu izquierda. Encontrarás el corredor que te llevará a los elev… —dijo David, antes de que comenzara a fallar la señal de comunicación. No lograba entender una palabra. Hasta que dejé de escucharlo por completo. Y entré a la habitación.


Cuando creí que ya los había perdido, esos tipos ametrallaron la puerta y la derribaron. Me escondí tras un muro esperando que se marcharan. Después de un momento dejé de escucharlos, por lo que pensé que se habían ido. Saqué un poco la cabeza para ver, pero los bastardos iniciaron fuego contra mí y casi me perforan la frente. Sabía que no podía tenerlos persiguiéndome todo el camino.


—David, si estás ahí, necesito tu ayuda. David, ¿cuántos tipos me están siguiendo? —le pregunté, pero no respondía. Las detonaciones seguían y parecían acercarse. Un ruido comenzó a sonar por el auricular. La señal estaba regresando.


—Sólo ése escuadrón. Siete u ocho hombres. Pero más adelante se encuentra la guardia de la Fortaleza, la cual es mucho más peligrosa —dijo David.


—Entonces tendré que pelear.


Saqué dos pistolas de mi abrigo, me lancé al piso y comencé a disparar contra ellos, quienes no se esperaban un ataque directo. Derribé a la mitad. Los demás se escondieron tras las paredes y rebatían al fuego solo asomando las manos. Me cubrí por un instante para cargar las armas.


—¿Cuántos quedan?


—Tres. Y uno de ellos está herido —respondió David.


—¿Crees que puedas ser mis ojos?


—Eso creo. Pero ¿qué planeas hacer?


Tomé una gran bocanada de aire, saqué un dispositivo del cinturón y lo arrojé con fuerza por el pasillo. Y súbitamente estalló en un montón de humo, bloqueando todo el campo visual. Los guardias empezaron a toser.


—¡¿Dónde está?! —gritó uno de ellos.


—¡No lo sé, no veo nada. Los ojos me queman!

 

Y empezaron a disparar aleatoriamente. Fue entonces cuando entré al pasillo y me dirigí a ellos con los ojos cerrados. Justo antes de llegar a ellos, David habló—: A menos de dos metros tienes a uno en cuclillas ochenta grados a tu izquierda, uno de pie a cuarenta y cinco grados a tu derecha y otro oculto en la esquina noventa grados a la derecha.


Disparo, disparo y disparo. Los tres quedaron inmóviles. Silencio absoluto.


Me apresuré por el corredor y logré ver el ascensor. Pero antes de llegar a él, varios disparos me obligaron a detenerme. Me escondí tras uno de los muros y advertí que me quedaban pocas balas.


—Son más de diez tipos protegiendo el elevador —dijo David, con desencanto.


—¿Cómo vamos de tiempo?


—Son las doce y cinco.


—Esto tiene que terminar rápido —dije, mientras titubeaba para sacar una granada de mi abrigo.


—¿Qué haces? No es un buen lugar para detonar algo así. Probablemente terminarías igual que ellos.


—No hay tiempo.


Quité el anillo de seguridad y lancé la granada con fuerza. Abrí un poco mi abrigo y saqué algo del bolsillo. Mi paleta de dulce favorita. Si iba a morir, moriría a mi modo. La saqué de la envoltura y la introduje a mi paladar. Un particular sabor que me transportó a mi niñez. En ese instante, una intensa explosión removió con brusquedad todo el lugar.


—Jack… ¡Jack, ¿estás bien?! El sensor no funciona, no puedo ver nada.

Hubo interferencia. No se escuchaba más que ruido blanco.


—Hace algo de calor, pero parece que sigo entero —respondí.


Atravesé el corredor en llamas, pasando algunos cuerpos completamente calcinados. Y llegué a las puertas del elevador. Frente a ellas se encontraba un hombre tirado boca abajo con el traje chamuscado. Y a menos de un metro, sobre el suelo, había una pistola que parecía intacta. Así que la tomé.


—Estoy aquí —dije, mientras presionaba el botón en la pared.


—Doce y seis. Recuerda: baja al séptimo nivel. Acaba rápido con la guardia y espera oculto. Al entrar al elevador perderemos la comunicación. Lo siento, irás solo.


—Tranquilo, la soledad puede ser muy agradable.


—Mucha suerte, Jack.


Tomé un arma en cada mano y se abrieron las puertas del ascensor. Entré y presioné el último botón con el cañón de mi Beretta 92. Mientras descendía, comprobé la cantidad de municiones que me quedaban y solo resolví dar un suspiro.


Se abrieron las puertas del elevador y me adentré a un pasillo amplio. Un peculiar pasillo sin puertas a los lados, iluminado por dos largas líneas de luces en el piso. A unos veinte metros al fondo, vi una pared metálica con una apertura en medio. Supuse que era el búnker. A unos cuantos pasos frente a éste y a cada lado, había dos muros blindados con algunos orificios, que funcionaban como trincheras. Ni siquiera había dado tres pasos cuando vi un diminuto punto rojo en mi pecho. Inmediatamente salté para esquivar el disparo que no esperó tregua. Me metí de prisa al elevador, refugiándome de una ráfaga de detonaciones. Me coloqué una pequeña mascarilla de oxígeno y arrojé una bomba de gas que inundó todo el camino. Y salí corriendo. Esquivando enérgicamente las líneas láser de los fusiles, que se movían de lado a lado como luces de discoteca, tratando de encontrar a su objetivo.

Y siendo tentado por la suerte y guiado por las miras, arremetí contra mis atacantes disparando con furor.



Bruno iba acompañado de tres hombres en el elevador, menos de la mitad que al inicio del asalto. Estaban bajando al séptimo nivel. Habían acompañado al equipo de Garrido, pero tuvieron que separarse al poco tiempo. Bruno los había hecho esperar con la justificación de defender a Garrido de un grupo que los comenzó a seguir desde el vestíbulo. Y como ellos no conocían la mansión, supusieron que su jefe había ido por ese mismo lado.


—Perdimos comunicación con los demás. No sirve la radio —dijo uno de ellos.


—Concéntrense, quedamos de vernos con el jefe aquí —dijo Bruno.


Se abrieron las puertas del elevador y accedieron al amplio pasillo. Bruno procuró un paso lento y les hizo una seña a dos de los hombres que lo seguían para que se adelantaran en cada flanco y apuntaran a las trincheras.


De pronto, comenzaron los disparos y le dieron en la pierna a uno de los que iban al frente, cayendo de dolor al instante.


—¡Fuego a discreción!  ¡Sigan avanzando, no se detengan! —ordenó Bruno.


Entre la balacera, el forastero se sirvió del alboroto para pasar atrás de sus compañeros y dedicarles un disparo en la cabeza a ambos. Hubo silencio.

Caminó hasta la puerta del búnker y miró atrás de una de las trincheras, pero de pronto, el tipo que estaba herido de la pierna le colocó el cañón de su semiautomática en la nuca. 


—Bastardo, sabía que no eras de fiar —expresó el matón.


Se oyó una detonación.


Y el tipo cayó al suelo con una bala en la sien.


Bruno volteó a su lado izquierdo y me vio sentado en el suelo recargado en la pared.


—¿Por qué tardaste tanto, vaquero? —le pregunté.



—Tenía un equipo que traicionar. ¿Qué haces ahí? Ya levántate. —dijo. Y entonces miró que yo estaba sangrando de un costado —. Mierda, estás herido.


—Un rasguño, ya estoy vendado. Sólo estaba descansando un poco, fue un camino ajetreado. Ayúdame a levantarme.


Bruno me tendió la mano y conseguí incorporarme.


—Supongo que no tendremos que desnudar a nadie ¿verdad? —preguntó Bruno, al ver a los guardias amontonados en la otra esquina.


Moví la cabeza de lado a lado, respondiendo que no con una sonrisa. Bruno miró su reloj y vio que eran las doce y diez.


—Ya es hora —dijo él.


Ambos nos apresuramos a esconder los nuevos cadáveres y la mayor cantidad de casquillos posibles. Y nos ocultamos cada uno en una trinchera. Y entonces se escuchó sutilmente cómo se abrieron las puertas del ascensor.


Vimos como Bonasera salió del elevador, rodeado de siete guardaespaldas armados. Era un hombre de aproximadamente sesenta años, complexión delgada y bigote fino. Usaba un sombrero fedora color caqui y un traje a la medida del mismo color. Caminaba a prisa.


—¡Código fortaleza! ¡En posiciones! —gritó uno de sus guardaespaldas.


Bruno y yo volteamos a vernos con sobresalto. Y en silencio le hice varias señas en dirección a los cadáveres que estaban de su lado. Y como pudimos, levantamos cada uno a un cadáver y lo acercamos a rastras a la orilla de la trinchera. Haciéndolos parecer que estaban de pie y en formación, apenas sacando la mitad de sus cuerpos.


Bonasera llevaba urgencia, iba casi corriendo a la punta con sólo dos hombres al frente. Y justo antes de que los dos tipos del frente cruzaran las trincheras, ambos recibieron al unísono un disparo en la cabeza que los tiró de cara. Y en un parpadear, Bruno tomó a Bonasera como rehén apuntándole en la sien.


—¡Tiren sus armas! No se muevan o lo matamos —les ordené.

Ellos miraron dudosos a Bonasera, quien tenía las manos alzadas. Él sólo asintió con la cabeza, otorgándoles permiso. Y todos tiraron sus pistolas al suelo.


Y los tres accedimos al búnker, que estaba abierto.


—Ciérrala —le dije.


—Debo acercarme a aquella pared —respondió Bonasera, con una grave y aguardentosa voz, señalando a su lado izquierdo.


Sin perder de vista a los guardias afuera, Bruno y yo lo acompañamos hacia la pared, donde parecía haber una especie de dispositivo táctil. Presionó vertiginosamente un código de trece dígitos y entonces la puerta se cerró, sellando por completo la caja fuerte.


—No sé cuánto es lo que les pagó Garrido, pero puedo doblarlo si me dejan ir. De todos modos, algo me dice que esta guerra sin sentido no tendrá ningún ganador —dijo Bonasera.


Me acerqué a él y lo cateé, pero no traía ningún arma consigo. Por lo que le hice una seña a Bruno para que lo soltara. Quien lo liberó del brazo y posteriormente le dio un fuerte empujón que casi lo tira.

 

—¿Qué acaso no me reconoces, maldito imbécil? —dijo Bruno furioso.


Bonasera se le quedó mirando sin entender. Pero al cabo de unos segundos su semblante cambió. 


—¿Bruno Clay? Pero… estás muerto.


—No soy un fantasma. Aunque es cierto que una parte de mí murió ese día.


—¿Buscas venganza? Huiste con mi dinero y mi mercancía, ¿qué se supone que debía hacer? Sabías perfectamente en lo que te estabas metiendo. Así que te buscamos, te encontramos y te matamos. Mis hombres dijeron que tu casa en las afueras quedó completamente incinerada junto contigo. Yo mismo vi la foto de tu cadáver.


“Quién sabe de quién tomó la foto ese idiota”, pensó Bruno.


—¿Tus hombres? O Cannes. Por cierto, supe que falleció. Igual que tu hermano. Así como lo hará todo tu clan. Así como lo harás tú —dijo Bruno. El capo ardía de cólera, sus manos le comenzaban a temblar, pero no dijo nada—. Eras como un padre para mí. Me diste hogar y trabajo cuando nadie más confiaba en mí. Tenías honor. Pero tu avaricia y tu ceguera te convirtieron en un maldito perro sanguinario.

 

—Tranquilo, Forastero. Recuerda por qué estamos aquí —dije, al ver que Bruno había vuelto a sacar su revólver.


—Tú me la arrebataste. ¡Ella murió por tu estupidez! —gritó Bruno, cargando la pistola y apuntando a la cabeza de Bonasera.


—¡Bruno, por favor! Recuerda —dije, interponiéndome rápidamente entre ambos.

 

El forastero vaciló. Pero entonces recordó a Stella. Estaba sonriendo, su cabello largo y ondulado cubría parte de sus pómulos ruborizados. Luego vio a Ezra. Y entonces recordó su viaje en el desierto. Y lo supo.


Bruno agachó la cabeza y dio un largo suspiro. Para después guardar su S&W. Me miró a los ojos y asintió con la cabeza. Y me quité de en medio.


Bruno se acercó a Bonasera y le dio un fuerte golpe en el estómago que lo tiró de rodillas y le robó el aire por varios segundos, dejándolo sin habla.


—En otro tiempo te hubiera volado la cabeza. Pero te perdono —le susurró al oído.

 

—Señor Bonasera —le dije—. No trabajamos para Garrido, ni para la policía, somos los tejedores de esta hermosa velada. Y le daremos una oportunidad. Sabemos que su código de honor es muy estricto en estos casos y que por más que lo torturemos no hablará de la Familia Vitolani. Sin embargo, sabemos que usted y Garrido fueron muy cercanos… Bonasera, si coopera con nosotros, podrá salir de prisión en solo tres años. Lo único que queremos es que nos diga todo lo que sabe de La Gran Familia. Delitos, homicidios, secuestros, amenazas, tráfico de personas, quiénes han estado involucrados, cuántos y cuáles son los negocios fraudulentos que posee, etcétera. Esto nos permitirá hundir completamente a Garrido y a su organización. Quienes por cierto, lo traicionaron.


—¿Y si digo que no?


—En ese caso… hay una persona aquí que tiene otra idea de justicia —dijo Adler, volteando a ver a Bruno.


—Mierda… está bien.

 

—Perfecto. Sólo siéntese en aquella silla. Colocaré la cámara de ése lado para grabar el testimonio.


Bonasera se sentó en uno de los múltiples sillones de la enorme sala, mientras yo preparaba mi pequeña cámara de video sobre una mesita.

 

—Grabando. Todo listo. ¿Le parece bien si empezamos? Tenemos un poco de prisa ­—dije, mientras me sentaba frente a él en un sillón cuidadosamente posicionado para no tapar al testigo.


—Sí, claro.


—¿Le importaría quitarse el sombrero, por favor?  —expresé. Bonasera hizo cara de pocos amigos, pero finalmente cedió, dejando ver un punto de calvicie en la coronilla —Comencemos el testimonio. ¿Cuál es su nombre completo, fecha de nacimiento y ocupación actual?

 

Y grabamos el testimonio, el cuál duró más de media hora e incluía información sumamente crucial contra La Gran Familia y Garrido.

 

—Ya está aquí desde hace cinco minutos —dijo Bruno, mientras observaba unas pantallas de seguridad que mostraban el pasillo del exterior.


—Es momento —le dije.

 

—¿Qué van a hacer? No pueden abrir, nos matará.  Sólo somos tres —dijo Bonasera, alarmado.

 

Até de manos y pies a Bonasera, le puse un montón de cinta en la boca y lo puse de cuclillas a unos pasos de la puerta.

 

—Lo siento, es parte del show. Quédate quieto por un rato o yo mismo te disparo —le dije.

 

Y entonces Bruno se colocó tras Bonasera y sacó su pistola para apuntarle a la cabeza.


Yo caminé hacia la pared donde se encontraba el sistema de apertura del búnker. Me cercioré de que estuviera en un punto ciego y digité los trece números que anteriormente había colocado el capo. Y entonces la puerta se abrió.

 

Garrido salió de un grupo de hombres armados y vio atónito a Bruno apuntándole a Bonasera.


—Aquí está para usted, jefe —dijo Bruno.


Garrido estaba perplejo. Pero finalmente se rió y aplaudió un par de veces.


—Debo admitirlo, me has sorprendido completamente, Bruno. Aunque no entiendo cómo llegaste tan rápido.


—No fue fácil, sus guardias casi me matan —dijo Bruno, señalando a las trincheras—. Estaba por darle el golpe de gracia, pero supuse que era algo que usted querría hacer en persona.

 

—¡Vaya que sí! Pero antes me gustaría hablar con mi viejo amigo —dijo Garrido, subiendo el escalón para entrar al búnker. Dio un par de pasos adentro y la puerta se cerró inmediatamente.

 

Acto seguido, disparé a la pierna derecha de Garrido, forzándolo a caer de bruces. Y antes de que éste pudiera hacer algo, me abalancé contra él para esposarle las manos tras la espalda.

 

—Bienvenido, ex gobernador. Queda arrestado por el homicidio de Karina Torres.


—Maldito infeliz —dijo Garrido, al reconocer mi dulce voz.

 

Lo cateé y le quité tres pistolas semiautomáticas y un par de cuchillos. Luego me propuse a realizar un torniquete en su pierna para que no se desangrara.


—Forastero, tendré que pedirte que lo lleves hasta el sillón. Ya que ahora no tengo las fuerzas para mover semejantes kilos —le dije a Bruno. Mi herida en el costado empezaba a sobrepasar mis niveles de tolerancia.


Volteé a mirar las cámaras de vigilancia y noté con gracia como los matones de Garrido estaban ametrallando desesperadamente la puerta de La Fortaleza. Las balas solamente rebotaban por todas partes, hiriéndolos de vez en vez.

 

—No se hagan ilusiones. La mansión está rodeada. No saldrán vivos de aquí —dijo Garrido.

 

—Lamento decírtelo, pero eso no es ningún problema. Toda la policía está con nosotros. El comisario Wells ya ha publicado una larga carpeta de crímenes contra usted: fraude, homicidio… Pronto toda la fuerza policial estará aquí. Patrullas, helicópteros, tanques, será un gran espectáculo. La gente amará a Wells. No me sorprendería que se convirtiera en gobernador después de esto.

 

—¡Ése hijo de puta es un farsante! La policía es una farsa. ¡Seguro quiere quedarse con mi fortuna el malnacido! Si alguien es culpable, es él. ¡Sus manos están manchadas de sangre! No tienen nada contra mí, no hay pruebas. Pueden dispararme, pero no diré nada hasta ver a mi abogado.

 

—¿A qué te refieres con que él es el culpable?

 

Garrido echó una risa sarcástica.

 

—Escucha, todo terminó. Mientras estamos aquí, cada uno de sus negocios está siendo intervenido. Lo único que busco es justicia en esta ciudad. Estoy harto de todo este juego. Podría usar mi última bala y matarte justo ahora… pero eso no resolvería nada. ¿Qué te parece si tú y yo hacemos un trato? Ayúdame a que éste narcotraficante y toda la familia Vitolani se pudra en la cárcel por el resto de su vida. Y si el comisario Wells tiene cola que le pisen, también me encargaré de meterlo a prisión. Dejas a la familia y te doy libertad condicional.


—Eres un maldito. Tienes agallas… Wells definitivamente tiene que caer… Pero ¿qué pasará conmigo?


—Cuatro meses, máximo.


—¿Cuatro meses encerrado? ¿Qué pasará con mis bienes? ¿Qué gano yo?


—Puedes quedarte con la casa. Y prometo no dispararte entre las cejas.


—No le temo a la muerte, detective.


—Será tu decisión.


Garrido se quedó pensando por un momento.


—Imagino que sabes que la Gran Familia seguirá operando, ¿cierto?


—Sólo será la mitad del problema.


—¿Y quieres que testifique?—preguntó Garrido, al ver la cámara frente a él. Bonasera, que estaba a unos cuantos metros escuchando, empezó a agitarse y a tratar de expresar alguna palabra, pero nada se le entendía con la cinta en la boca. Hasta que Bruno le dio un puñetazo en la cara que lo calló.


—Quiero que menciones todo lo que sabes de la Familia Vitolani. Y cuando digo todo, me refiero a todo. Crímenes, fechas, formas, direcciones, nombres…  Y después, me contarás de tu amigo Wells y la policía. 


—Suena tentador, detective. Sólo tengo una condición… Quiero usar tu última bala con Bonasera.


Bruno y yo nos volteamos a ver seriamente.

 

—Te diré todo lo que quieras de los Vitolani. Te diré todo de la policía. Quién sabe, tal vez se me escape un poco de La Gran Familia. Y si me dan un buen trato en prisión y acceden a un par de peticiones, podría serles de mucha utilidad —dijo Garrido.

 

—Pero primero el testimonio —le dije.

 

 

—De acuerdo. Hagámoslo.

 

E iniciamos la grabación… Historia de terror tras historia de terror…


Al terminar, apagué la cámara. Y le pedí a Bruno que sentara a Bonasera donde yo estaba sentado. Vacilando un poco, coloqué mi Beretta a la mitad de la pequeña mesa frente a ellos. Y sin quitarle los ojos de encima, le quité las esposas a Garrido.


Bruno no dejaba de apuntarle.


—Amigo mío, nunca creí que terminaríamos de esta manera —dijo Garrido, antes de tomar el arma—. Tantos años dirigiendo juntos esta ciudad… Espero que entiendas que no es personal. Es cuestión del flujo natural de las cosas. Todo debe avanzar, crecer, transformarse. Y para que esta ciudad siga creciendo, debe seguir un solo orden. Y ambos sabemos quién es el más apto para eso. Siempre fuiste un poco… blando. Quiero que sepas que siempre te consideré como un hermano. Pero así son las cosas. Es un gran momento. Seré reconocido como el más grande jefe de la mafia. Adiós amigo.


Cargó la pistola.


Bonasera dejó caer una gota de sudor al suelo.


Apuntó.


Y presionó el gatillo.



Nada. Volvió a presionar el gatillo, pero no hubo disparo...


—Ah, parece que ya había usado mi última bala. Una disculpa. Supongo que tendrán que compartir celda por un laaargo tiempo —le dije.


Garrido explotó en ira y se lanzó contra mi cuello pero una patada en su pierna lesionada lo hizo caer directo al suelo. Pobre tipo, el peso con el que cargaba no era cualquier cosa.


Le volví a colocar las esposas y le pedí a Bruno que me ayudara a llevárselo.

 

Abrí la puerta de la Fortaleza y Laura estaba ahí afuera, lista para escoltarnos con un montón de policías. Los hombres del ex gobernador estaban todos en el piso.


—¿Qué, nos vamos? —dijo ella.

 

Los sicarios de ambos bandos que aún quedaban vivos en la mansión se quedaron perplejos al ver cómo llevábamos prisioneros a sus jefes. El tiroteo cesó.


Cuando ambos capos se alejaron en las patrullas, Bruno y yo nos quedamos sentados sobre la devastada escalinata del pórtico. Admirando el inmenso jardín; la inmaculable belleza de lo real.

 

—Gracias, Forastero. Gracias a ti, esta ciudad finalmente tendrá lo que merece... justicia. 

 

—¿Crees que todo cambie para bien?

 

—Sé que lo hará. Aunque esto sólo es un primer paso. Aún hay mucho por hacer.


—Mucho que vivir. Historias que contar.

 

—Te ves diferente. No pareces la misma persona de hace un par de días —le dije. El forastero sonrió.

 

—¿Juegas póker?

 

—Un poco, sí.

 

—Un día de estos deberíamos ir al bar a jugar unas partidas.

 

—Claro, pero sólo si tú pagas, ando algo quebrado.  

 

Ambos nos reímos.





Al día siguiente fui de visita a la prisión principal.


—¿Qué tal la atención? Dicen que es de lo mejor.


—Escoria… no sabes cómo te aborrezco —dijo Garrido, sentado en su celda.


—Sólo pasaba a asegurarme de que no te hubieras ahorcado ya. El juicio de esta tarde es una cita importante.


—Te crees muy valioso, ¿no? Bailando como un perro por su carnaza. No deberías estar tan feliz, Jack. Crees que ganaste, pero en realidad sólo estás siendo usado por algo más grande que tú. Igual que yo. Igual que todos —dijo, acercándose a los barrotes.


—¿Qué quieres decir?


—Si quieres saber la verdad, ve a mi casa. Entra a mi oficina y busca una carta en el cajón de mi escritorio. Y veamos quién ríe al final.


La curiosidad se encajó entre mis costillas. Aún tenía varias horas antes del juicio, así que le pedí a Laura que me permitiera tomar las llaves de la mansión de Garrido. Tenía que ir a revisar.


Llegué en menos de una hora. Crucé el enrejado y manejé hasta las puertas de la mansión. Todo el lugar estaba vigilado por policías.


—Permiso. Sólo estaré un par de minutos.


—Por supuesto, detective —dijo un policía que estaba dando rondín en la oficina de Garrido, para después salir.


Su oficina estaba perfectamente diseñada, era bastante amplia. Los muros delimitaban una forma octagonal y los libros viejos en los estantes hacían un excelente complemento. Incluso, un olor a puro se había impregnado en los muebles. En general tenía un estilo algo antiguo, pero elegante. Entonces me dirigí hacia al escritorio. Abrí el cajón de la mitad y entre algunos papeles y utensilios, vi un sobre membretado como confidencial. Estaba propiamente abierto, pero tenía una hoja dentro.


Decía:


“Información Importante para el nuevo gobernador:

 

Por generaciones se nos ha contado la misma historia… La Tierra sufrió una guerra mundial tan devastadora que aniquiló a la mayoría de los seres vivos. Animales, plantas y humanos por igual. El planeta quedó prácticamente inhabitable por la intensa radiación. Sólo unas cuantas personas sobrevivieron.

Y que entre varios grupos de sobrevivientes, nuestra civilización prosperó debido a la tecnología que yacía en nuestro territorio.

Que este lugar se llama “Ciudad F”, porque las poblaciones que iban encontrando se nombraban con las letras del abecedario. Siendo nosotros la sexta ciudad descubierta. Y que a pesar de nuestra tecnología, perdimos contacto con los demás por la interferencia electromagnética. Por lo que continuamos buscando maneras de localizarlos, manteniendo la visión de un glorioso futuro de unidad, abundancia y progreso.


Pero no es así. En realidad todo eso es una mentira. Una mentira creada para mantener orden y paz entre la gente. No hubo ninguna guerra entre países. No existe ninguna radiación. No existen más ciudades sobrevivientes. Sólo un desierto infinito. Puede sonar desgarrador, pero es la verdad. Somos la única ciudad en el mundo. Si es que se le puede llamar “mundo”. Estamos completamente solos. Siempre lo hemos estado. El nombre de este lugar en realidad es Ciudad Ficción. Estuvo escrito desde el inicio. Pero nadie tiene que saberlo.

 

Tu deber como nuevo gobernante es mantener el orden, mantener esta historia. Nadie debe ponerla en duda. La gente debe creer en algo, debe tener esperanza. Mantenlo así. Que nadie salga de las murallas. Protege la ciudad a toda costa. El verdadero peligro está adentro.”


Lentamente regresé la carta al sobre y lo guardé en mi abrigo.


De pronto me sentí un poco mareado y me recargué sobre el escritorio. Decidí salir inmediatamente de la mansión por un café. Necesitaba algo que me volviera a la vida. No sabía qué pensar después de saber lo que sabía.


Frené en el único local que encontré al pie de la carretera. Para mi fortuna, era un café que anunciaba hamburguesas dobles como las que me gustaban. En ese momento, Ángela me llamó. Me preguntó que dónde estaba y dijo que Epifanía y ella acababan de llegar a la corte. Le dije que estaría ahí en una hora, que no se preocupara. Que llegaría a tiempo. Y que después del juicio las llevaría a comer unas ricas crepas para celebrar.

Salí del auto y entré al café. Vi que estaba prácticamente vacío. Sólo una señora de cabello enrulado tras la barra y un anciano al fondo sentado entre las mesas desocupadas.


Me acerqué a la barra para preguntar por el menú, pero noté que el anciano tenía problemas por encontrar el azúcar en su mesa. Vi que al lado de su asiento había un bastón recargado, por lo que asumí que era ciego. Así que me aproximé.

 

—¿Necesita ayuda con su café? —dije, al ver que el anciano ya estaba tirando todo el azúcar en la mesa.


—¿Lo hago mal?


—No, sólo en un lugar diferente.


—Qué muchacho tan sarcástico.


—¿Le puedo hacer una pregunta personal? —pregunté, no pudiendo contener las ganas de hablar con alguien.


—Por supuesto, siéntate. No es como que esté terminando de escribir una novela o algo así —respondió.


Agradecido, me senté frente a él. Tomé el azúcar y le serví una pequeña cucharada, ésta vez dentro de la taza, para después revolverla.


—¿Para qué cree que estamos aquí?


—¿Para tomar café, o no? A menos de que otra vez me haya equivocado de local.


—Me refiero a cuál es el propósito de nuestra vida.


—Oh, muchacho. Estás perdido.


—Es solo que… siento que he vivido en una mentira toda mi vida. Justo cuando creí que por fin iba a lograr algo, la verdad me golpeó la cara.


—La verdad puede doler.


—Vaya que sí. No sé si todo lo que hice sirvió de algo.


—Dime, ¿Crees que si no supieras la verdad, estarías mejor?


—Muy probablemente sí.


—Pero la verdad seguiría siendo verdad. La sepas o no.


—Cierto.


—Pero aún así, el saberlo te afecta. Entonces esa información tiene la capacidad de hacerte infeliz.


—Eso creo.


—Entonces el problema es el pensamiento, no la propia verdad. Perfecto: Imagina otra cosa o deja de pensar en ello. Asunto resuelto.


Me le quedé viendo por un momento al viejo, un poco molesto e incrédulo de lo que escuchaba.


—No es tan sencillo. ¿Cómo se supone que voy a ignorar ese pensamiento? —le dije.


—Como ignoras todos los demás.


—Pero no puedo ignorarlo. Tarde o temprano el pensamiento llegará a mi mente y será tan fuerte que lo dominará todo. No me puedo engañar a mí mismo. No se puede escapar de la verdad.  


El anciano fijó sus ojos opacos en mí y mostró una sonrisa. Toda la charla había estado dirigiéndose a diversas direcciones. Pero ahora, parecía que me miraba directamente.


—¿Para qué tomamos café, detective? —preguntó.


—Principalmente, para saciar una necesidad de placer a través de un estímulo químico en la lengua que influye directamente en el sistema nervioso —respondí, antes de percatarme de que nunca le dije mi oficio.


—Cierto. Una experiencia, que si se repite constantemente, puede dar una sensación de placer continuo, que visto de lejos, reflejaría lo que muchos llamaríamos una vida satisfactoria. Sin embargo, la misma experiencia puede ser muy dañina para alguien más, por ejemplo, si a la persona le da una fuerte indigestión y no puede salir del baño por varios días. Posiblemente esa persona decida dejar el café por un tiempo. No porque el café sea malo, sino porque su experiencia no fue la que esperaba. Como ya intuyes, el bien y el mal no existen. Son simples juicios de la mente. Y aunque exista solo una realidad universal, la consciencia la hace multidimensional. Cada experiencia depende de quién la vive. Y toda experiencia es un aprendizaje que alimenta la consciencia. Nuestro propósito es el mismo que el del universo: expandirnos en lo que somos. Es decir, conocernos, conocer la verdad, aprender, aceptar, transformarnos, crecer... amar. Convertirnos en lo que debemos ser: nosotros mismos. No estamos aquí para decir si el café es bueno o malo. Tampoco para quejarnos de la taza en la que está servido. O gritarle al de al lado que nuestro café es mejor. Simplemente estamos aquí para disfrutarlo. Aunque a algunos nos guste más el café con azúcar… La pregunta aquí es… ahora que sabes la verdad, ¿Qué es lo que harás?


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