—Es un gusto conocerlo, señor Garrido —dije, mientras estrechaba la mano del exgobernador. Un señor de un metro ochenta y dos, voluminoso, cabello cano y traje a la medida. Portaba un reloj de oro en su muñeca derecha, símbolo descarado de extrema riqueza.
—Le presento a Dante y a Wallace, mis más queridos socios. —dijo Garrido, señalando cortésmente a los hombres sentados a su lado. Quienes asintieron sutilmente a modo de saludo.
Dante era un hombre alto y fornido. No tenía ni una pizca de cabello, ni vello facial. Se notaba su disciplina en el aseo personal. Llevaba puesto un saco negro, camisa gris clara y corbata negra. Tenía la mirada pesada y presencia muy rígida. Probablemente no era una figura pública, tal vez un ex militar. Si de algo tenía certeza, era de que nunca lo había visto antes.
Wallace, por otro lado, era una figura muy reconocida. Cabello negro, corto y bien peinado. Llevaba puesto un traje azul marino, camisa blanca y corbata. Era dueño de la mitad de restaurantes de la ciudad, un amplio monopolio que se extendía de norte a sur. Sin embargo, su mejor negocio siempre fue la producción de agua potable.
—Espero haya disfrutado de nuestro spaghetti, señor Adler —dijo Wallace, con una sonrisa amable.
—Es espectacular.
—Detective, ¿Gusta algo de beber? —preguntó Garrido.
—No, le agradezco, estoy satisfecho. Aunque unos canapés no estarían nada mal —respondí con naturalidad. Garrido me miró algo incrédulo, comencé a pensar que había sido grosero y hubo un silencio incómodo por unos segundos. Hasta que finalmente se echó a reír de una manera un tanto extraña.
—Tienes agallas. Después de lo que pasó, tienes la osadía de hablarme de esa manera. —En ése momento mi mente sólo tenía un pensamiento: “Esto no puede estar sucediendo”. Y continuó—: Sé lo que hiciste. Y no descansaré hasta que se haga justicia para mi difunta esposa.
—Perdón señor, pero de verdad no sé de qué está hablando.
—Sé que fue a verte. La policía me lo contó todo. —Era prácticamente imposible que lo supiera, no había nadie más ahí. A menos de que… Laura. Era la única que lo sabía—. Y creíste que podías huir.
—Le aseguro que no lo hice. Yo no la maté. Fueron dos tipos en una camioneta. De verdad lo siento, no pude salvarla —le dije. Estaba nervioso, sabía perfectamente que aquél hombre era de sumo cuidado, tenía todo a su favor y yo estaba completamente solo. Debía demostrarle que estaba de su lado.
—La policía tendrá la última decisión. Y confío en la ley. Te estamos investigando… vigilando. Sólo falta atar cabos sueltos. Es cuestión de tiempo. Pero créeme, estoy conteniéndome en este momento para no arrancarte los sesos.
—Permítame encontrar al culpable. Soy detective y fui policía, mi deber es con la ley. Deme unos días y le juro que lo encontraré.
—¿Esperas que confíe en ti? ¿Un expolicía mal pagado al que echaron por mal comportamiento? ¿El principal sospechoso del asesinato de mi esposa?
No supe cómo responder. El señor hizo un ademán e inmediatamente después, el mesero llevó un vino a la mesa, lo descorchó y lo sirvió en una copa que puso frente a mí. Esperé a que les sirviera a los demás, pero no lo hizo. Los tres se quedaron mirándome en silencio.
—Dime, Jack. ¿Confías tú en mí?
Garrido señaló la copa, dando a entender que la bebiera. Bajo esas circunstancias, la probabilidad de que el vino tuviera veneno era muy alta. Sin embargo, el riesgo de no beber de la copa era incluso peor.
Tomé la copa del mango. La moví de lado a lado como si supiera algo sobre la cata. Noté que la bebida tenía un color rojizo demasiado intenso, así como un espesor fuera de lo ordinario. El aroma era una combinación interesante entre frutos rojos, roble y metal. Le di un sorbo.
Un inesperado sabor salado acarició mi lengua y tragué. Sentí el alcohol pegar fuertemente en mi garganta, pensé que quizá ya estaba un poco aturdido por la botella que me había tomado antes. Reconocí el sabor del hierro y entonces lo supe: Sangre. Unas monstruosas ganas de vomitar se apoderaron de mí, pero mantuve la boca cerrada y me contuve.
—Sabor fuerte, ¿no es así? —dijo él. Yo solamente asentí con la cabeza, tratando de no explotar de rabia. Y añadió—: Hay una rara especie de conejo blanco que habita en los límites de la ciudad. Su líquido plasmático tiene un sabor que compagina bien con los frutos rojos. Y además dicen que es de buena suerte.
—Supongo entonces, que me da su bendición. —Garrido se acercó, puso los codos sobre la mesa y entrecerró los dedos de las manos.
—Digamos que tenemos un pacto, Jack. No te entrometas. Regresa a tu sucio departamento y no te muevas de ahí. Deja que la policía haga su trabajo y encuentre al culpable. Si hay algo de verdad en lo que dices, supongo que no tienes nada que temer… Pero si mueves un solo dedo en este caso, asumiré que fuiste tú. Y te juro por mi vida que ni la policía, ni nadie podrá ayudarte. Y el siguiente ingrediente en este vino serás tú.
Asentí con la cabeza, usando toda mi fuerza de voluntad para mantener la compostura.
—Gracias por la cena —dije. Me levanté del asiento y me dirigí a la salida.
Los dos gorilas en traje me miraron con tanta seriedad que parecía molestia. No movían ni un músculo. Pero alguien tras de mí les dio una señal y abrieron las puertas de par en par. Me devolvieron mi arma y caminé sin mirar atrás. Creí que nunca iba a salir de ahí.
Recorrí kilómetros y kilómetros sintiendo náuseas, hasta llegar a mi auto. Sin importarme si tenía explosivos o no, arranqué el auto y manejé hasta mi departamento. “Mi sucio departamento”, como lo llamó Garrido. A pesar de que sentía un poco de tensión por no querer toparme nuevamente con los matones de la noche anterior, de alguna manera, me daba tranquilidad regresar. Mis hombros se sentían un poco más livianos. Digo, al final no tenía nada que probarle al mundo, hice lo que pude… ¿no?
No. Yo sabía que podía hacer mucho más. Pero ganarme un enemigo de esa talla parecía tan estúpido. Dejé la gabardina por ahí, me acosté en el colchón y me perdí por un momento en las cortinas amarillas de poliéster que estaban frente a la ventana. Los músculos de mis extremidades fueron absorbidos. No era el colchón más cómodo del mundo, pero era mil veces mejor que el del motel. Tenía bastante sueño, pero también muchas preguntas.
“La sangre en aquél vino, ¿habrá sido realmente de conejo? O quizá de… No", pensé.
Todo me parecía peculiar. Ya que la policía fue quien le mencionó a Garrido el suceso, que por cierto, solo Laura conocía. Por lo que podía asumir que ella o alguien dentro de la policía, quería incriminarme. Disfrazarlo todo y usarme como el pretexto ideal.
No podía seguir con suposiciones. Debía obtener más datos. Pero ya no podía confiar en Laura, la policía ya no era opción. Tal vez el culpable trabajaba ahí. ¿El comisario Wells? Después de todo, ya tenía las manos muy sucias… Era una alternativa interesante, además, le rompí la nariz. Claramente no era mi admirador.
Estaba cansado, la cabeza me daba vueltas. En vez de avanzar en el caso, sentía que me revolcaba en un mar de posibilidades que sólo crecía y crecía. Tenía que poner las cosas en su lugar, por lo que me levanté, tomé una antigua grabadora de cinta que tenía por ahí y comencé a hablar hasta poner mis ideas en orden… hipótesis tras hipótesis. Mientras vueltas alrededor del cuarto.
Tenía mucho qué pensar. Todo escalaba demasiado rápido y mi cuerpo comenzaba a dolerme por el cansancio. Paré la grabación y me acosté de nuevo, esta vez sí para dormir.
A la mañana siguiente, desperté algo mareado. Me metí en la ducha y pensé en un plan. Debía seguir una sola línea si quería llegar a algún lado. Buscar más culpables sólo me iba a llevar a encontrar más posibilidades. Así que decidí seguir la última pista: Mung. Algo me decía que ella era una pieza importante en el tablero.
Ya tenía una dirección, sólo debía convencerla para que me dejara entrar a su mansión y así recabar toda la información que pudiera.
Pero antes quise examinar la evidencia que ya tenía.
Saqué de un cajón unas pequeñas bolsas de plástico transparente, donde había guardado algunas balas de la escena del crimen. Encendí mi microscopio de barrido, lo conecté a mi computadora, saqué un par de medidores y comencé a analizar. El casquillo tenía una base de acero. Calibre siete punto cero seis milímetros. El proyectil puntiagudo y el casquillo, coincidían con los de una munición tipo .277 Fury. Utilizada en las metralletas XM250 de las fuerzas especiales de la policía. Se hicieron pocas, solo para algunas operaciones contra la mafia, pero fueron descontinuadas. Básicamente nadie tenía acceso a ese tipo de armamento, ni siquiera yo. Nuevamente, la policía aparentaba estar involucrada.
Después, analicé la muestra de sangre de Karina. No tenía infección alguna. Su oxigenación era normal. No tenía rastros de envenenamiento, ni de sustancias psicotrópicas. Ni siquiera tomó café esa tarde. No me parecía que tuviera un trastorno mental. Luego pensé en la privación prolongada del sueño como factor causal del delirio. Y entonces busqué las fotos que le tomé al cadáver. Observé de cerca sus párpados y pómulos, y aunque tenían algo de maquillaje, no se vislumbraban ojeras o indicios de insomnio. Ella decía la verdad, la estaban siguiendo. Querían silenciarla.
Y entonces sonó mi celular.
—Hola David, ¿cómo estás?
—Hola Jack, todo en orden. Ya tengo los resultados que me pediste. Te los envío ahora mismo. Pero te adelanto, lo encontré. Aunque hay una buena y una mala.
—La mala.
—El Mercedes fue visto por última vez en un basurero. Si lo buscas, no vas a encontrar más que un bloque de chatarra. No servirá de evidencia.
—Qué suerte.
—Y la buena, es que pude deducir las placas y con eso hallé el recibo de compra del auto. Es de hace siete años y está a nombre de “Juntos por un Futuro”.
—¿La organización sin fines de lucro para combatir el hambre infantil?
—Así parece. Amigo, ¿en qué te estás metiendo?
—Por lo visto, en un pozo sin fondo.
Colgamos. Decidí apegarme al plan inicial. Iría a la mansión de la señora Mung como un director de cine independiente. Rápidamente creé una página web, escribí la sinopsis de la película y una convocatoria para el casting. Me pinté el cabello de blanco, me dibujé una que otra arruga y me tomé un par de fotos, falsifiqué mi biografía, portales de contacto y por supuesto, me coloqué un nombre adecuado para la ocasión: “Jelly Regard”.
Le pagué a un agente para que me ayudara a promocionar mis portales de contacto y en cuestión de horas alcancé una elevada cantidad de seguidores. Eso me daría credibilidad momentánea. También preparé un pequeño guión para mi actuación y lo repetí varias veces frente al espejo. De esa manera, podía evaluar mis movimientos y maneras.
Y entonces, ya llegada la tarde, manejé hacia su dirección.
—¿En qué le puedo ayudar? —preguntó un guardia, que estaba al pie de un lujoso enrejado.
—Vengo a ver a la señora Mung. Por favor, dígale que Jelly Regard la busca.
—Un momento, por favor.
Al cabo de un par de minutos el guardia me dio acceso y mi Berlinetta y yo entramos a un extenso terreno. El cual estaba bastante poblado de árboles y áreas verdes. Podía asegurar que la mayoría de la flora era real y no sintética como en el resto de la ciudad. Sólo los más ricos podían tener un árbol de verdad en su propiedad y esa mujer tenía cientos.
—Bienvenido, señor. Por aquí, por favor —dijo un curioso señor con smoking, mientras bajaba del auto. Supuse que era el mayordomo.
Subimos unas amplias escaleras de mármol hasta llegar a la entrada. Una mujer con un vestido rojo escarlata y cabello castaño, me estaba esperando. Me le aproximé y a modo de cortesía la tomé de la mano para darle un beso en los dedos.
—Es un honor conocerla en persona, señora Mung.
—Lo mismo digo, director. Cuénteme, por favor. ¿A qué se debe este repentino, pero bien recibido placer?
—Estoy iniciando la búsqueda de nuevos actores para mi nueva película “Remembranzas”. Y quería preguntarle personalmente si estaría interesada en audicionar para el papel.
—¡Oh, conque es usted el que está atrás de esa gran apuesta! ¿Es verdad que la ambientación se llevará a cabo en un planeta inhóspito? —dijo ella. Parecía que había mordido el anzuelo.
—Justamente. Prácticamente tenemos el casting completo, sin embargo, estoy tomándome mi tiempo para elegir personalmente a la protagonista. No debería decirle esto, ya que aún es confidencial, pero DiCaprio será la coestrella —le dije. Y mientras decía el nombre del actor, pude apreciar cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro.
—¡Qué maravilla! Claro que me encantaría audicionar. Dígame, director. ¿Quiere que vayamos a su set? ¿O prefiere hacerlo aquí mismo en la intemperie?
—¿Tendrá algún lugar un poco más privado? Quizá, algo más artístico o bohemio.
—¡Por supuesto! Me vino a la mente el espacio perfecto. Acompáñeme y le muestro. —dijo ella, con voz y gesticulación exagerada. El guardia que estaba dentro, me miró de manera suspicaz mientras atravesaba la puerta, pero no le presté atención, debía seguir con mi papel.
Pasamos por un vestíbulo gigantesco de estilo clásico con molduras ornamentadas, piezas de oro por doquier y un lujoso candelabro en el techo más grande que mi propio auto. El vestíbulo apuntaba a unas escaleras en el fondo y se conectaba con diversos cuartos y pasillos. Mung, su guardaespaldas y yo, seguimos uno de estos pasillos, hasta llegar a un cuarto tan alto como el mismo vestíbulo. Dentro, había aparadores altísimos repletos de libros. Luz cálida, asientos y sillones vanguardistas de colores pastel, alfombrado con figuras simétricas y pinturas antiguas conformaban la decoración.
—¡Bienvenido señor Regard, a la biblioteca más grande y completa de la ciudad! —exclamó Mung, extendiendo sus brazos.
—Es increíble. Ya veo por qué los museos la adoran, señora Mung.
—¿Y qué opina de la iluminación? ¿Es adecuada para mi audición?
—Es perfecta. ¿Le molesta que tome notas? Supongo que estoy hecho a la antigua.
—No, por favor, hágalo. ¿Le parece bien si usted se sienta en esta silla mientras yo me presento aquí?
—Claro. Usted me dice cuándo.
—Por cierto, ¿tiene algún guión o prefiere que le presente algo de mi preferencia?
—Algo de su amplio bagaje sería sumamente apreciable.
—Excelente —dijo, mientras tomaba un espejo pequeño de una mesita y se inspeccionaba el rostro.
Yo me senté en la silla color verde pastel que me señaló para tal efecto. Saqué un cuaderno de papel y una pluma, subí el pie derecho sobre mi rodilla y empecé a anotar palabras clave de lo que observaba en ella y en el entorno. Cosas de las que podría apoyarme para el caso.
Ella vio que empecé a escribir y se apresuró a decir: “Sólo deme un minutito, para entrar en personaje”. Dejó de maquillarse y comenzó a hacer movimientos y ruidos muy extraños, supuse que estaba preparándose. Su guardaespaldas parecía ya estar acostumbrado, dado que no mostraba sorpresa. Luego comenzó a saltar de puntillas y respirar de manera agitada, haciendo que su cabello se levantara por los aires. Y al cabo de poco tiempo, paró de sopetón y se dejó caer al suelo. Debo admitir que me preocupé por su salud, estaba completamente inmóvil; pero aguanté cualquier palabra que quisiera salir de mi boca. Y entonces se incorporó lentamente, como un zombie levantándose de su propia tumba. Y comenzó a recitar…
—Ser o no ser, esa es la cuestión. Si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro. Morir, dormir, nada más…
Cuando terminó su monólogo, me quedé en silencio y escribiendo un poco para ponerla tensa al respecto. Al dejar de escribir, alcé los ojos, dejé la pluma sobre el papel y aplaudí fuertemente. Para entonces levantarme del asiento.
—Vaya, vaya, vaya. Admito que cuando iniciaste el monólogo sólo pensaba: “No, por favor, Hamlet no”. Pero en cuanto noté el peso de tu voz y la profundidad de tus movimientos, quedé completamente convencido. ¡La misma encarnación de Hamlet en una bella mujer!
—Por favor, señor Regard, me sonroja.
—Es usted una excepcional actriz, señora Mung.
—Oh, por favor, llámeme Shiori.
—Shiori, ¿le gustaría formar parte de mi nueva película? Iniciamos grabaciones en dos meses.
—¡Por supuesto!
—Excelente. Ahora sé que no me equivoqué eligiéndola a usted sobre las demás.
—Le agradezco la oportunidad, señor Regard. Disculpe la pregunta, ¿a qué otras actrices estaba considerando? —dijo ella. Mostrando sincera curiosidad.
—Lo siento, pero no puedo decirle eso, ya sabe, por temas de susceptibilidades en el gremio —Ella mostró desánimo por el rechazo y asintió con la cabeza—. Pero supongo que puedo decirle si promete ser discreta. Estaba entre usted, la señorita Scarlett Lethan y Karina Torres —añadí.
—¿Karina Torres?
—Sí, ya sabe, la de “Eterno Fulgor”, la esposa del ex gobernador.
—¡Claro que la conozco! De hecho soy una fiel admiradora de su trabajo. Me apena decirlo, pero tengo una colección de todos los vestidos de sus películas. Son réplicas, pero son encantadores. Me fascina la forma en la que actúa, especialmente en la que mueve sus manos. Hay una escena en Eterno Fulgor que debe llevar una flor en las palmas a través de un largo corredor y colocarla sobre en un dibujo en el suelo, para después bailar con extravagancia y sensualidad en un ritual mágico. En lo personal amé cómo lo hizo. Para mí es un halago poder estar a su altura.
—¡No solo a su altura, sé que eres la mejor para el papel! —le dije, con determinación. Pude corroborar en su lenguaje corporal que lo que me decía era completamente cierto, era su admiradora y sentía un curioso aprecio hacia ella. No había signo alguno de celos u odio. Incluso, parecía que no estaba enterada de la muerte de la actriz.
—Estoy completamente halagada, señor Regard. ¿Dígame, qué opina de mi biblioteca?
—Es-pec-ta-cu-lar —Yo mismo odié como lo dije, pero así lo dije. Y empecé a dar una vuelta por el gigantesco lugar—. Veo que amas la lectura como nadie. Tienes tantos géneros literarios, tantas historias, ideas, enseñanzas, tantas vidas entre líneas en este lugar. Es una lástima que no esté disponible para todo el público.
—Es una cuestión de preservación, los libros requieren de mucho cuidado y mantenimiento. Usted sabe que los libros prácticamente son de colección, ya no existen las imprentas por la falta de árboles. Además, a la gente ya no le interesa todo esto. La poesía, la novela, ya no le ven sentido.
—Concuerdo con ello. —Caminamos por un rato en silencio, mientras yo apreciaba repisas y repisas de libros. Hasta que empecé a notar patrones. Y paré por un momento frente a uno de los estantes—. Veo en estos títulos que eres una mujer a la que le gusta mucho la investigación. En especial de la forma en la que actúa la psique de las personas y su relación con la sociedad. Hay grandes colecciones aquí. Como “Política” y “Metafísica” de Aristóteles, “Los Cristianos en la Esclavitud” de Paul Allard, “Penetración de la Mente” de H. Lung, “Psicología Oscura” de Steven Turner. Esto es algo muy impresionante, debo admitir.
Pude escuchar cómo tragó saliva, se sintió un silencio incómodo.
—Tengo muchas aficiones y pasatiempos, Señor Regard. Uno de ellos es coleccionar. Colecciono libros, películas, vestidos, sombreros, anillos, esculturas, premios…
—¿Amantes? —dije. Necesitaba romper el hielo.
Ella rió y añadió—: No, el amor definitivamente no está en mi lista. Creo que nunca he estado interesada en él. Aunque admito que me fascina leer sobre él y cómo la gente parece sufrir tanto por obtenerlo. Sin embargo, siento que es algo pasajero, fortuito, como muchas cosas en este mundo.
Ella se me quedó viendo por un instante y dudé por un momento. Su guardaespaldas dio un par de pasos en mi dirección.
—Señor Regard, ¿Le gustaría que le diera un recorrido por mi casa? La verdad es que casi nunca tengo visitas y me gustaría darle la hospitalidad que merece.
—¡Por supuesto!
Y entonces me guió por los cuartos de su mansión. Me mostró uno donde tenía todas las películas de Karina y todo lo relacionado con ellas: posters, cintas, fotografías de los actores, utilería de los sets de grabación y claro, los icónicos vestidos. Después, en otro cuarto, me presentó su colección de sombreros y me señaló su favorito: el rojo de ala ancha con un listón negro en medio. Por si quedaba alguna duda. Lo tenía sobre una cabeza de cristal, dentro de una vitrina en medio de la sala. Había tantos sombreros en ese lugar, que pensé que a mi ex esposa le hubiera encantado estar ahí, se hubiera sentido como en un parque de diversiones.
—Debo decir que estoy sorprendido… es una persona sumamente interesante: actriz, modelo, escritora… usted es una encantadora obra de arte. Si aportara a la caridad, los dioses la convertirían en una santa —dije, y aceché. Ella rió suavemente.
—Pues tal vez ya lo sea y no me haya dado cuenta. Soy de las figuras públicas que más aportan en Juntos por un Futuro. La asociación contra la pobreza y el hambre infantil.
—¡Oh! Lo siento, por favor disculpe mi ignorancia.
—No se preocupe, director. Casi nadie lo sabe. Creo que a veces es mejor así. Dar desde el anonimato. Ya tengo muy alto el ego como para enaltecerlo más.
Al final, ya en la entrada, le di las gracias por tan interesante trayecto. Y ella me agradeció por confiar en su trabajo. Se le veía muy emocionada.
—Aquí tiene mi número, para que podamos hablar de los pormenores.
—Gracias Shiori. Espero marcarle la próxima semana. De cualquier modo, estamos en contacto.
Me despedí con un beso en su mano, bajé las escaleras de piedra blanca y me dirigí al auto para salir de ahí. Pero sería por poco tiempo.
A pesar de que por fuera no parecía más que una mujer que lo tenía todo, vida perfecta, dinero, arte y bohemia… yo sabía que el aburrimiento y la depresión podían desencadenar ambiciones oscuras.
Esperé a un borde de la autopista a que cayera la noche. A unos cuantos kilómetros de aquella mansión. Fueron alrededor de cuatro horas, suficiente tiempo para pensar en lo sucedido y en lo que sucedería después. Salí del auto para estirar las piernas y presencié la llegada de la luna. Cerré los ojos y visualicé en mi mente todos los caminos que recorrí allí adentro. Desde el enorme vestíbulo hasta los cuartos de colección. Y recordé el único momento en el que dudé sobre Mung. Cuando pude sentir en el aire la tensión. Enfrente de una repisa específica de su biblioteca. ¿Qué la puso tan nerviosa? ¿Será algo que dije? ¿Algo que vi? O tal vez… algo que no quería que viera. Ya que justo después de eso, me ofreció seguirla para conocer el resto de la casa. Rutina que usualmente se hace al inicio de una visita, no al final. Quizá un libro. O quizá algo cercano a ése punto en el que estábamos.
Traté de recordar qué más había allí: Una pared a la derecha del estante de libros, que indicaba el límite de la biblioteca. En ella, había una pintura al óleo colgada, de aproximadamente 1.50 x 1.20, tenía la figura de un hombre semidesnudo, hincado y suplicando, muy al estilo del romanticismo de Goya. Frente al mueble de libros, había un sillón amarillo de gamuza con forma floral y esquinas redondeadas; y a su lado, una mesita de café, sobre la cual había una lámpara de oro satinado. Atrás del sillón, estaba un biombo que daba a entender un retorno por el mismo lado. Traté de enfocarme en los detalles. El mueble de libros que se conectaba sutilmente a los otros en la parte anterior, estaba bastante limpio, no tenía pizca de polvo, a comparación de otras partes de la biblioteca. Sin embargo, eso me permitió ver el rastro de un movimiento reciente, el apoyo de un antebrazo para sacar y regresar un libro. El título de aquél libro era “Técnicas de Manipulación”. No recordé el nombre del autor. La mujer estaba muy determinada a entrar en la mente de alguien. Recapitulando, no noté ninguna marca de movimiento en el sillón, ni en la mesita, como si nunca se sentara a leer ahí mismo. Pero pude ver que frente al cuadro en la pared, habían muchas pisadas. Pisadas de zapatos tacón. Lo que me dejaba dos opciones muy claras. O le gustaba leer parada y recitarle a la pintura, o la pintura era algo más que una obra de arte. Tenía que averiguarlo.
Y entonces regresé. Dejé el auto a varios metros de las rejas de la entrada, lo preciso para que no se vislumbrara. Caminé sigilosamente pegado a los muros que delimitaban su propiedad, hasta llegar a la caseta de vigilancia. Y me posicioné. Si mis cálculos eran correctos, no debían haber más de tres personas ahí adentro. Por lo que si jugaba bien mis cartas, podría pasar por ahí mismo sin llamar la atención.
Lancé una piedra cerca de la entrada.
—¿Escuchaste eso? —dijo uno de los guardias.
—No. No estarás de esquizofrénico otra vez ¿cierto? Seguro es por la película de terror que viste el otro día —dijo otro.
—Te juro que escuché algo. Voy a ver. —El guardia salió con pistola en mano, caminó hacia mí y continuó—: ¿Hay alguien ahí?
Rápidamente, aproveché que estaba escondido en una de las esquinas del muro perimetral y de una patada en la mano lo desarmé y me lancé sobre él a taparle la boca mientras le forzaba uno de sus brazos tras la espalda. Lo jalé hacia el muro. El pobre chico se movió con todas sus fuerzas pero no lograba zafarse, entre el pánico y el esfuerzo se desmayó. “Y eso que aún no le tapaba la nariz”, pensé. Le amarré las manos y pies con su propio cinturón y le puse el pañuelo que llevaba en mi abrigo en la boca. Más le valía no despertar a todos.
Supuse que el otro guardia saldría a revisar, pero estaba tardando. Si no lo hacía, podía significar que pediría asistencia de otros. Lo cuál era peor. Por lo que me acerqué y toqué la puerta de la caseta esperando lo mejor.
—Por favor, identifíquese y muévase un poco hacia la derecha. La cámara no cubre bien ese lado, no lo alcanzo a ver—dijo el guardia. Y me moví para que pudiera ver mi cabello cano y arrugas pintadas.
—Disculpe, soy Jelly Regard. Hace rato vine a visitar a la señora Mung. Vine a dejarle personalmente unos papeles a la señora, pero antes de llegar aquí, su amigo se atravesó en mi camino y le aplasté un pié con la llanta de mi auto. Intenté traerlo, pero no pude solo. Le pido que por favor me ayude a cargarlo hasta aquí.
—No puede ser, ése estúpido casi se mata. Espero que no me despidan por esto. No digas nada. Cuida la base Fred —dijo. Y salió un hombre de metro noventa y tantos, cuerpo ancho y musculoso—. ¿Dígame, por dónde está?
Vi que traía la pistola en funda, por lo que seguramente me reconoció de la tarde.
—A unos cien metros adelante, rodeando un poco el muro. Parece que a estas horas no se ve nada por esta zona —le dije.
—Sí, la niebla tiende a subir por aquí.
Y cuando pude observar que ya estábamos lejos de la caseta y que el hombre volteó a ver hacia otro lado, le di un fuerte golpe en el cuello. Cayendo inconsciente inmediatamente. “Vaya, esta vez sí me salió”, me dije en voz alta. Y cuidando de que nadie nos viera, lo arrastré hacia el muro perimetral. Pero como ya había utilizado mi pañuelo, tuve que usar mi calcetín para taparle la boca.
Tenía poco tiempo antes de que despertaran, así que me apresuré a la caseta nuevamente. Esta vez para acabar con el tal “Fred”. Me acerqué del lado en el que la cámara no captaba imagen. Con sigilo, intenté abrir la manija y para mi suerte no tenía seguro. Saqué mi arma y empuje lentamente la puerta. Se escuchaba la transmisión de un partido de futbol soccer. Uno de los locutores gritó “Gol” con tanto ímpetu que aproveché para entrar rápidamente y apuntarle a la cabeza a…
Una linda y emplumada cacatúa. La cual no hizo ruido alguno y sólo se puso a bailar moviendo su cuello de arriba a abajo. La fauna en la ciudad era extremadamente escasa, la cantidad de especies casi se podía contar con los dedos. Y estos tipos tenían una cacatúa. Increíble.
Eliminé el video que me habían tomado hacía un momento y apagué las cámaras de seguridad de toda la residencia. Por si las dudas, metí a la pobre ave en un pequeño closet de uniformes. Cerré con seguro la puerta que había abierto de la caseta y entré al terreno de Mung. Caminé rápidamente y atravesé el jardín, esperando que algún guardia o agente de seguridad me gritara o algo, pero nada pasó. Supuse que si su fortuna estaba en el banco, no necesitaba tanta seguridad para cuidar de su biblioteca o de sus cuadros, después de todo ella tenía razón, el arte solía menospreciarse.
Entré por una de las puertas secundarias usando la fuerza y con algo de suerte y lógica (más suerte), llegué al vestíbulo principal. Donde tomé el camino a la biblioteca. La mansión estaba vacía, a excepción de un ama de llaves que se encontraba limpiando uno de los cuartos de colección, que afortunadamente no me oyó por estar cantando una intensa canción de rock en sus audífonos.
Entré a la biblioteca, la cual parecía siempre estar abierta. Caminé entre la oscuridad usando toda mi atención para no tropezar o golpear con algo. Y llegué hasta la pintura. Luego recordé que tenía una linterna y casi maldigo en voz alta, pero me contuve. Me puse mis guantes. Iluminé la obra y comencé a buscar huellas, rasguños, algo que me pudiera servir. Miré tras el cuadro y traté de moverlo un poco, pero no pude, estaba demasiado pegado a la pared. No aparentaba estar colgado. Y encontré una mancha en el contorno de oro del marco. La rocé con el dedo y me lo llevé a la boca. “Sabe a cuarzo, tal vez granito”, pensé. Y entonces lo supe. Tomé el marco de un lado con las dos manos y lo jalé con algo de fuerza hacia mí. Y este se abrió lentamente como una puerta, dejando ver una gruesa capa de acero y una pequeña pantalla de seguridad.
Saqué de mi abrigo un decodificador portátil y lo puse al lado de la pequeña pantalla. Lo inicié y al cabo de unos segundos encontró la contraseña de acceso. Entonces la puerta de acero se abrió y un túnel se mostró frente a mí. Alcé mi pie derecho para subir el escalón y entré, apuntando con mi linterna al frente.
Era un túnel subterráneo. Más me valía apurarme, ya que si por alguna razón alguien cerraba la puerta de acero, yo no saldría nunca. Bajé hasta a una cueva gigantesca, completamente natural. No había ni un solo signo de alcurnia o detalle moderno. Sólo antorchas encendidas, clavadas en los extremos de las paredes; calor y escaso aire húmedo.
En el centro de aquél lugar, alcancé a ver varios cubos sobre unas bases de piedra. Apagué la linterna y me acerqué a ellos. Luego me di cuenta que eran grandes cubos de vidrio blindado, que más que vitrinas parecían jaulas. Y entonces la vi.
Una niña. Acostada sobre el vidrio, completamente desnuda. No tenía más de diez años. Delgada, piel blanca, ojos ligeramente rasgados y cabello largo desaliñado. Tenía varios moretones y rasguños alrededor del cuerpo. Respiraba lentamente, parecía que dormía. Dentro de la vitrina no había más que un retrete conectado al piso y unas ranuras en el techo que dejaban pasar algo de aire. Volteé alrededor y observé que los demás cubos estaban vacíos. Entonces sentí un fuerte impulso por sacarla de ahí. Me di cuenta de que esas cosas tenían un sistema de seguridad similar al de la puerta de acero, así que coloqué mi decodificador al lado de la pantalla de control y en un instante pude descifrar la huella digital de Mung. La jaula se abrió.
Entré con sutileza, procurando no asustarla. Pero ella apenas y se movió, seguía somnolienta. Tomé su presión arterial, estaba por los suelos. Seguramente era por el poco oxígeno que había en el aire. La hipotensión podía agravarse en cualquier momento y ocasionarle un daño irreparable en el cerebro o el corazón. Debía llevarla al exterior. Me quité el abrigo y la arropé con él. Me vio con cara de confusión. Y cuando iba a tomarla en brazos, ella me empujó débilmente, tratando de incorporarse. Y me dijo “no”.
—Vamos, pequeña. No hay tiempo que perder, debemos salir de aquí.
—Pero vivo aquí.
—Esto no es vida, es una prisión.
—Mamá me va a castigar si me ve afuera. No tengo permitido salir. Por favor, déjeme sola.
No podía creer lo que escuchaba. La mente de esa pobre niña estaba profundamente machacada, Mung la había moldeado a voluntad para su deleite.
—Dime, ¿había alguien más viviendo aquí?
—Sólo conocí a Pamela, mi hermana.
—¿Y dónde está?
—Murió.
—¿No obedeció a tu mamá? —le pregunté. A lo que ella asintió con inmensa tristeza —. ¿Recuerdas tu vida antes de llegar a este lugar?
—Sí. Hace tiempo tenía otra mamá. Sólo ella y yo. Vivíamos en el barrio.
—¿Y cómo llegaste aquí?
—Sólo recuerdo que el señor de traje me entregó con mi mamá. Ella estaba ahí, entre varias personas elegantes. Y ella me escogió.
—Ése señor de traje, ¿cómo era? ¿Qué llevaba puesto? ¿Tenía algún rasgo particular?
—Supongo que era parecido a los demás. Aunque tenía el pelo blanco y cara redonda.
—Si te muestro una foto, ¿crees poder reconocerlo?
—Creo que sí.
—Nena, tú sabes que esa mujer no es tu mamá. Una madre jamás trataría así a su hija. Nadie debería tratarte así. Se ve que no has comido en días. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
—No sé, tal vez hace tres o cuatro días. El fuego de las antorchas siempre está encendido y no sé cuándo es de día y cuándo de noche. Sólo lo adivino por mis siestas. Pero está bien, porque así duermo cuando quiero. Además, ella me quiere mucho, porque me lee cuentos. Tengo un tazón de agua y como la rica comida que me prepara mi mamá, está cuidando mi dieta para que sea igual de bonita que ella algún día. Aunque a veces mi estómago me duele mucho.
—Nena, por favor escúchame. Tú no necesitas ser igual que nadie. Tú ya eres perfecta tal y como eres. Tienes una vida hermosa por delante. Un mundo entero por descubrir, gente por conocer. Ven, corre, salgamos de aquí.
—Pero afuera es peligroso. Ella me dijo que hay gente mala, que me harán daño si me ven.
—Es verdad, existe la inconsciencia allá afuera. El miedo de un futuro doloroso y la tristeza de un pasado amargo. El sufrimiento es parte fundamental de esta vida y no podemos escapar de él. Ni siquiera ocultándonos en una cueva. Debemos enfrentarlo. No pelear contra él, sino aceptarlo completamente, sólo así lo veremos tal como es: Aprendizaje. Todo en esta vida, cada experiencia es aprendizaje para el espíritu; información, energía que solo nos ayuda a expandir nuestra consciencia, crecer. Pero no podrás crecer si vives encerrada en el miedo. No podrás crecer si no sales y ves la verdad con tus propios ojos. Tienes la fuerza para lograrlo, confía en ti, eres suficiente. —Sus ojos se llenaron de lágrimas y me abrazó—. Vamos.
La cargué en mis brazos tapándola con mi abrigo y salimos del cubo. Subimos el túnel a toda velocidad y salimos por la puerta de acero de la biblioteca. Cerré la pintura como pude y me apresuré a la salida tratando de no chocar con nada. De vez en cuando miraba el rostro de la pequeña con la poca luz de luna, se veía sumamente agotada, sentí que en cualquier momento su vida podía escurrirse entre mis manos.
Salí al jardín por la misma puerta por la que entré a la mansión. Y corrí lo más rápido que pude. Me aseguré de que la caseta siguiera vacía y salí de ahí. Mientras nos dirigimos al auto, pude ver que los guardias seguían inconscientes. Con cuidado, acosté a la niña en el asiento del pasajero y de un salto me metí en mi Berlinetta para alejarnos a toda velocidad.
SEGUNDA PARTE
Mientras manejaba por las avenidas de la ciudad, caí en cuenta de que no era correcto llevar a la niña conmigo al departamento. Era demasiado riesgo para ella… incluso para mí. Tenía que llevarla con alguien en quien pudiera confiar. Y sólo venía a mi mente Vanessa. Pero en su estado, quizá no podría cuidar ni de ella misma. Además, no es como que tuviera mucho afán por volver a verla, sabía que aún sentía algo por ella y no quería involucrar mis sentimientos en el caso.
¿Laura? No, ya no podía confiar en ella. Al menos no hasta que todo se resolviera y supiera toda la verdad.
¿Fil?, ¿Tal vez David? No, ellos ya sabían demasiado, no era buena idea involucrarlos más. De igual forma, su relación con el caso podía poner en riesgo a la pequeña.
No confiaba en nadie más. Ya no. Y sin poder hallar una solución, terminé dirigiéndome a mi departamento. De todos modos, no tenía dinero ni para comprarle comida en la calle a la pobre niña, lo que tuviera en el refrigerador tendría que funcionar. Hice aproximadamente media hora de camino. Llegué, estacioné el auto y tomé a la niña en brazos para subir las escaleras. Y cuando iba a meter la llave en la cerradura, noté que el tapete de la entrada estaba ligeramente movido.
Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Estaba seguro de que yo lo había dejado perfectamente en su lugar. Cientos de pensamientos vinieron a mi cabeza: posibilidades, conclusiones y premisas. Senté a la niña en el pasillo, quien aún estaba adormilada, y le pedí que me esperara un momento. Y como primera reacción, marqué un número en mi celular.
—Vanessa ¿estás bien?
—¿Qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre marcarme a esta hora? Estoy con mi novio ahora mismo, ¡claro que estoy bien! Tú ya no eres parte de mi vida, no quiero saber nada de ti —dijo mi ex esposa, para colgarme inmediatamente después.
Ni siquiera me dio el tiempo de disculparme. Pero sentí un gran alivio de saber que estaba viva.
Acto seguido, inspeccioné la entrada. Todo parecía normal, no había rasguños o huellas digitales en la manija que denotaran alguna intrusión. Revisé mi sistema de alarma desde un software en mi celular y no había ninguna anomalía. Las cámaras dentro de mi departamento no mostraban ningún movimiento desde que salí la tarde anterior. Todo parecía normal.
Así que dejando a la niña en el pasillo, abrí la cerradura y entré despacio con la pistola en la mano. Y entonces lo vi.
Mi amigo Fil, frente a mí. Tirado en la sala, degollado. Pobremente iluminado por la luz de la noche que se filtraba desde una ventana. La sangre se había esparcido por todo el piso y le seguía brotando del cuello. El terror se apoderó de mí. Vi que una tenue luz roja se posaba en mi tobillo y tardé un par de segundos en darme cuenta de que era un láser. Comencé a percibir un olor a gas. Supe que había caído en una trampa. Apenas pude girarme hacia la salida cuando una explosión ensordecedora me expulsó de mi departamento hacia el corredor, cerca de las escaleras. Todos en el edificio empezaron a evacuar entre gritos y miedo. El fuego se expandía por todas partes. La cabeza me daba vueltas. Con la poca fuerza que me quedaba, levanté la mirada ensangrentada y vi a la pequeña niña, que estando de rodillas me ofrecía su mano. Quería ayudarme a levantarme. Se veía débil, pero afortunadamente la explosión no la había herido.
Me incorporé poco a poco hasta que logré pararme. Caminé como pude hacia lo que quedaba de mi entrada y recargado en el marco de la puerta vi a mi mejor amigo calcinado a mis pies.
—Vámonos, por favor —dijo la niña, asustada.
Tuve mucha suerte, si hubiera encendido la luz como siempre lo hacía, no hubiera visto el láser a tiempo. Me habría adentrado más en la habitación y estaría muerto.
Teníamos poco tiempo, el viejo edificio estaba siendo consumido por las llamas. Debía sacar a la niña de ahí cuánto antes y alejarla de todo. Quien puso la bomba pronto se daría cuenta de que no había terminado el trabajo. Vendrían por nosotros.
Subí la niña a mi hombro y la sujeté con un brazo; y con el otro, me apoyaba de la pared para no caer mientras bajaba lo más rápido que mis piernas punzantes me lo permitían. El humo nos alcanzaba y yo sabía que la falta de oxígeno podía afectarla gravemente en las condiciones en las que estaba. Mi corazón latía de prisa. No quería cometer otro error, estaba desesperado.
Finalmente salimos del edificio y alcancé a ver que los bomberos apenas estaban llegando, tratando de atravesar una multitud que se había acercado a ver el incidente. Entramos al auto y sólo aceleré.
Esa niña necesitaba atención médica. Pero ningún lugar era seguro en ese momento, ni siquiera un hospital.
Entonces recordé a Ángela, una amiga de la niñez. Tenía más de quince años de no hablar con ella, pero por alguna razón sentí la corazonada de que debía pedirle ayuda.
—Hola, Ángela. Quizá no te acuerdes de mí, soy Jack Adler. Solía vivir a una cuadra de la casa de tus padres. Una vez, jugando a la pelota, rompiste una escultura de tu papá y me hiciste jurar que nunca te delataría —le dije, por teléfono.
—¿Jack? ¿En serio eres tú? ¡Es increíble saber de ti! Si estás buscando con quién salir a beber hoy, lamento decirte que estoy bastante indispuesta. Y no es que esté casada o con hijos, pero tuve una larga jornada de trabajo y no tengo ganas de moverme del sofá.
—¿Estás en tu casa? Necesito pedirte un favor, es sumamente urgente. Eres la única persona en la que confío en este momento.
—Sí… supongo. Dime, ¿qué necesitas?
—Alojamiento. Por favor, envíame tu ubicación, te lo contaré todo.
—Está bien. Ya te la envié…
—Gracias. Estaré ahí en cinco minutos.
Ángela nos recibió afuera de su casa. Pocas personas podían darse el lujo de tener una casa en la ciudad, usualmente requería de una gran suma de dinero que solamente los políticos o grandes empresarios podían adquirir. Supuse que ella había sabido jugar el juego del dinero.
Salí del auto y tomé a la niña en brazos. Al vernos, Ángela se conmocionó y se llevó las manos a la boca.
—¿No está… verdad? —preguntó ella, con un hilo de voz.
—No, pero debe comer algo o lo estará pronto.
Entramos a la casa. Era un lugar acogedor, una casa de un solo piso bastante amplia. Senté a la niña en el sofá de la sala y le pedí a Ángela que fuera por cualquier cosa de comer. Al poco rato regresó de la cocina y trajo nuggets con salsa de tomate y un vaso con agua.
—Vamos, nena. Come algo —le dije, a la vez que le acercaba el plato—. Sé que no es a lo que estás acostumbrada, pero te aseguro que te hará sentir mejor.
Estiró el brazo y tomó una pieza. Y en cuanto se la metió en la boca, alzó las cejas en señal de sorpresa. Y asintió con la cabeza como expresando que quería más. Y al cabo de unos minutos ya se había acabado todo el plato.
Con un escáner portátil revisamos minuciosamente que no tuviera ningún microchip implantado. Después, Ángela la bañó y la vistió con la ropa que tenía guardada de su sobrina y una camiseta promocional de la ciudad. La niña comenzaba a cambiar de semblante.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde la encontraste? Deberías ir a un hospital estás sangrando mucho. —dijo Ángela en voz baja, para evitar que nos escuchara.
—Es una larga historia. Pero la tenían encerrada, sin comida, vestimenta, o algún tipo de cuidado. Era inhumano. No podía dejarla ahí.
—Estoy completamente de acuerdo contigo en eso. Pero ¿qué está pasando? ¿En qué trabajas? No me digas que eres policía.
—Lo era. Pero ahora no puedo decirte nada, sólo te metería en problemas. Digamos que encontré algo que no debía encontrar. Y ahora debo alejarme para no ponerlas en peligro.
—¿Pero qué se supone que haré con ella? ¿Esconderla aquí hasta que regreses? No tengo ninguna experiencia con niños. ¿No habrás pensado liberarla para volver a encerrarla o sí?
—Sólo unos días hasta que pueda resolver esto. Por favor, eres mi única esperanza. Se darán cuenta y la estarán buscando pronto. Su vida corre peligro, nos necesita.
—Esto es demasiado.
—Esto es mucho más grande que nosotros, Ángela. Por favor, prométeme que la cuidarás con tu vida.
—¿Y si alguien viene por ella? ¿Cómo esperas que… —Le ofrecí una pistola. Quedó atónita.
—Prométemelo.
—Está bien, lo prometo —dijo, tomando el arma y guardándosela en el pantalón.
—Gracias, Ángela —le dije, obedeciendo el impulso de abrazarla—. Por ahora, no contesten ninguna llamada, ni salgan de aquí.
—De acuerdo.
Ambos nos volvimos hacia la niña, quien estaba en el sofá viendo atentamente la televisión.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté.
—Bien, ya no tengo hambre.
—Excelente. Perdón que te pida esto, pero necesito que me digas si reconoces a alguno de estos hombres. —Le acerqué mi celular y le mostré una carpeta de fotografías de posibles sospechosos. Con los dedos cruzados y esperando equivocarme; le mostré al comisario, los hermanos Vinel, un par de funcionarios adinerados, algunos matones, a Wallace, a Dante… “No”, “no”, “no”, hasta que…
—¿Hay alguna otra foto de este señor?
—Sí, claro, creo que por aquí tengo una… sí, mira. Aquí está en una rueda de prensa.
—Es él. Sus ojos, su peinado, sus manos. Tiene el mismo reloj dorado de aquella ocasión.
“Carajo”, pensé. “Garrido”.
—Gracias, nena. Haré todo lo posible para detenerlo y se haga justicia. —Se limitó a asentir sin emoción. Aún estaba débil—. Me acabo de dar cuenta que nunca nos presentamos. Yo soy Jack. ¿Tú cómo te llamas?
—Mi ma… La señora Mung me llamaba “Natsumi”. Pero… creo que antes mi nombre era Epifanía.
—Y ¿cuál te gusta más? ¿Quién te gustaría ser?
—Epifanía.
—Hermoso nombre. Mucho gusto, Epifanía.
—Mucho gusto, Jack —dijo ella, sonriendo.
—Por ahora te quedarás aquí con la señorita Ángela, hasta que yo vuelva en unos días. Por favor, trátala amablemente. Verás que ella te va a cuidar y te va a tratar como la princesa que eres. Ya verás que cuando todo esto termine, te llevaré por un rico helado de vainilla y a conocer la ciudad.
—¿Y si me da miedo?
—Confía en ti. No te preocupes, volveré pronto.
Me despedí de Ángela y de Epifanía, salí de la casa y sólo conduje. Mi cabeza estaba por reventar y sentía unas fuertes ganas de llorar. Mi corazón estaba desecho. Al menos confiaba en que Epifanía estaría a salvo por un tiempo. Ella era la clave.
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