Abrí los ojos a lo que parecía un día normal. No me percaté de la hora. Mi campo visual abarcaba toda la sala y parte de la cocina. Prácticamente no había nada ordenado, no había terminado de instalarme a pesar de que me había mudado hace días. Aquél mini departamento no se parecía en nada al que tenía en Fuji Street, pero al menos pude rescatar mi sofá que comencé a usar de cama. Habían pasado dos semanas desde el incidente en la casa de citas. Mis heridas aún no sanaban, a pesar de que hicieron un buen trabajo en el hospital.
Me incorporé, me tallé los ojos y caminé tres pasos hasta llegar a la cocina. Cajas de pizza por todas partes. Habían sido días difíciles. No conseguía ánimo ni para cocinar. Tenía mucha sed, pero olvidé pedir al supermercado y la alacena estaba vacía. Por lo que tenía que salir. No me sentía con ganas de algo nutritivo, necesitaba algo fuerte. Pero no tenía la intención de ir a un bar, por lo que me dirigí a la tienda de la esquina por un whiskey. Pensé que tal vez me haría bien mover un poco las piernas.
Al llegar al mostrador, presioné la muñeca de mi mano izquierda y se proyectó en la palma mi saldo bancario. Quedé atónito al ver que estaba a punto de quebrar. Nunca me preocupé por ahorrar. Supongo que creí que siempre me iría bien económicamente. Pronto debía conseguir un empleo o sería un vagabundo más en la ciudad.
—¿Sí va a pagar o qué?
—Sí, sí. Por supuesto —dije, observando al señor ojeroso del mostrador. Pensé que probablemente terminaría como él, sin ilusión alguna por la vida, amargado y refunfuñón. Trabajando en una franquicia monopolizada que pagaba una miseria a su personal.
Al llegar a mi nuevo departamento, me puse a tomar directamente de la botella como desquiciado hasta que la cabeza me dio vueltas y caí rendido en el sofá.
Desperté y ya era de noche. Revisé mi celular y vi que tenía varias llamadas perdidas de Laura, mi ex compañera. Y otras cuantas llamadas de Fil. Pero no tenía ganas de hablar con nadie.
Sabía que había hecho lo correcto al dejar a mi esposa. Lo tenía muy claro. Pero eso no me quitaba el dolor de encima. Me sentía tan apático que ni siquiera tomé el celular para pedir más pizza. Sólo me dejé caer en el sofá. Y me pregunté si en algún momento volvería a tener una cama.
Al día siguiente, escuché que alguien tocaba la puerta. Yo estaba apenas despertando, por lo que no le presté atención. Pero el golpeteo seguía y seguía, cada vez más fuerte. No podía dormir así.
—Jack, ¿Estás ahí?
Era Laura. Pensé que si me quedaba quieto y en silencio se iría.
—¡Jack! Si no me abres tiraré la puerta.
“Mierda va en serio”, pensé.
—¡A la una!
“Si rompe la puerta, no podré pagar la reparación.”
—¡A las dos!
“¿Por qué no se va? ¿Pensará que estoy muerto? No me he bañado desde hace días, seguro dirá que soy un puerco.”
—¡A las…!
—Ya, ya, pasa —dije, mientras abría la puerta.
—¿Dónde habías estado? ¿Por qué no contestas las llamadas? Nos dijo el comisario que renunciaste —dijo ella, sorprendida de verme.
—¿Renunciar? Una buena manera de decirlo.
—Dios, ¿pero qué te pasó? Tienes moretones y cicatrices por todos lados.
—No es nada, estoy bien. Me hubieras visto cuando entré al hospital. Esto sólo es una etapa. Eso creo. Aunque admito que me está costando trabajo.
—¿Hospital? Jack, eres un idiota. ¿Sabes lo difícil que fue encontrarte? Menos mal tu Alfa Romeo afuera, te delata.
—Sí, no pude encontrar algo con estacionamiento.
—No puedo creer lo que le hiciste al jefe. Digo, seguro que se lo tiene bien merecido. Pero, ¿por qué?
—Es una larga historia. —Pensé en contarle todo, estuve a punto de decirle lo que encontré en la oficina del comisario, pero mejor callé. Debía obtener más información y no lanzar una declaración de ese calibre. Especialmente cuando no estaba seguro de nada, ni de nadie.
—Bueno, hoy pedí el día libre. Podrías contarme. Además, ¿cuánto llevas aquí?, ¿No tendrías ya que haber terminado de mudarte?
—Últimamente no tengo ganas de nada.
—Me doy cuenta. Tienes un desastre aquí. Y apestas como puerco, seguro no te has bañado desde entonces. Siempre has sido un caballero impecable y detallista. ¿Qué pasa contigo?
—La vida, supongo. —Se quedó mirándome seriamente.
—Sabes, tengo una amiga que hace meditación desde que era muy joven. Su familia ha guardado libros antiguos de magia y sanación por generaciones. Ella me enseñó un poco y ahora la practico diario. Siento que deberías hacerlo también, te ayudará.
—No lo sé. Lo intenté hace años cuando tomaba clases de kung fu, pero creo que no le encontré sentido.
—Bueno, pues ahora ya tiene un sentido: Arreglar tu vida.
—Touché.
—Te enseñaré una meditación sencilla pero poderosa. Es de liberación. Sólo te mostraré, porque es algo que recomiendo hacer solo.
—¿Y qué, debo sentarme en posición de flor de loto?
—No necesariamente, pero sí lo harás —dijo ella, dejando caer el cuerpo en sus piernas cruzadas—. Coloca tus manos sobre tus rodillas, las palmas abiertas mirando hacia arriba. Cierra tus ojos y concéntrate en tu respiración. Inhala profundamente por la nariz, inflando el estómago. Y exhala por la boca hasta que tus pulmones queden completamente vacíos. En cada exhalación, vas a gesticular una sonrisa. Hazlo tres veces. Notarás como tu cuerpo y mente estarán más relajados. Continúa respirando con más naturalidad, pero con la misma idea. Entonces, traerás a tu mente un pensamiento o recuerdo doloroso para ti. Revive o coloca la experiencia ante ti, observando cada detalle de ese momento. Y pon especial atención a la emoción que se manifiesta, deja que el dolor te atraviese y llegue a su clímax, observa la tensión en tu cuerpo. Y entonces, exhala sonriendo. Vacía tus pulmones. Aunque la sonrisa parezca falsa, sólo hazla. Poco a poco te sentirás mejor y se volverá real. Con cada exhalación deja salir esa emoción, esa energía pesada. Sólo suéltala, déjala ir. Acepta completamente la experiencia, perdona a quienes están ahí, perdónate a ti. Mírate en ese momento y date un gran abrazo. Con cada respiración, imagina que dejas entrar una luz por el centro de tu cabeza, limpiando todo rincón de tu cuerpo. Y que del centro de tu pecho se expande un amor que te colma de paz.
Mientras hablaba, yo la miraba con una mezcla de incredulidad y sorpresa. Cuando terminó su explicación, abrió los ojos y me miró con una sonrisa. Le ofrecí mi mano para que se levantara.
—Gracias, Laura. No creo que funcione, tengo demasiadas cosas en la cabeza como para resolverlo en una sentada.
—¿Quién dijo algo sobre resolverlo todo en una sentada? Esto es un proceso, Jack. Una forma de vivir. Es un compromiso con tu verdadero Yo. Es libertad. Empieza con un pensamiento —Ella se lanzó contra mi pecho para darme un abrazo —. Todo va a estar bien.
—Gracias. Pero, lo siento, Laura. No busco otra relación amorosa. Al menos no por ahora —le dije. Ella se alejó inmediatamente y me empujó por mi mal chiste.
—¡Idiota! Créeme, si fuera heterosexual, no tendría tan mal gusto. —Ambos nos reímos.
—Muchas gracias por venir. Por favor, no le digas a nadie dónde estoy. Ya no quiero problemas.
—De acuerdo, amigo. Aunque sabes perfectamente que no se puede huir de los problemas. Y menos en esta ciudad —dijo, antes de irse.
Cerré la puerta y miré el departamento. “Efectivamente, está hecho un asco”, pensé. Pero necesitaba comer algo, por lo que tomé una leche proteínica del refrigerador y me la tomé al hilo. Vi las cajas de pizza y me dio tanta flojera limpiar que pensé en acostarme de nuevo. Pero entonces recordé lo que me dijo Laura. Y pensé “¿Qué tan malo puede ser?” Así que a falta de incienso, encendí un cigarro y lo coloqué en el cenicero. Me senté en medio de la sala, como lo hizo mi amiga y me preparé.
Comencé a respirar profundamente y efectivamente noté que mi ritmo cardiaco disminuía, por lo que mi bucle de pensamientos vertiginosos redujo sus revoluciones. Sentí que necesitaba más de tres respiraciones, así que realicé unas cuantas más.
Y entonces vi a Vanessa, con su vestido favorito, sobre aquél idiota al que yo llamaba jefe. Y luego, él se difuminó y se convirtió en una cama. Mi cama. Y Vanessa sólo estaba tendida ahí, semidesnuda. Y me vi a mí mismo, frente a ella, pasmado y con la cara escurriendo sangre. Me dieron ganas de gritarle a ese hombre y decirle que no lo hiciera, pero me di cuenta que no había opción. Fue lo que fue. Es lo que es. Cuando se acercó a la mesita de noche para escribir aquella nota, le dije que lo apoyaba, que lo amaba y que aceptaba su consciencia en ese momento. Y cuando se quitó el anillo, algo en mí se quebró. Mi cuerpo se llenó de una fuerte tensión y un frío me escurrió por toda la espina. Exhalé fuertemente con una media sonrisa. Y rompí en llanto. Tenía muchos años sin llorar, me sentí como un niño otra vez. Y entonces volteé a verla, acostada, tranquila, como si nada. Y le dije: “Gracias. Gracias por los bellos momentos, gracias por tu amor. Te acepto completamente. Acepto todo lo que vivimos. Siempre hicimos lo mejor que pudimos. Te perdono.” Cuando exhalé, sentí como si escupiera el dolor y el peso de mi pecho. Las lágrimas brotaron como ríos acaudalados. Y una extraña risa surgió en medio de todo el llanto. Sentí gratitud y un calor intenso y confortante en mi corazón. Y caí dormido.
Cuando desperté, ya era de noche. Una inmensa motivación se apoderó de mí. Me levanté y comencé a limpiar el departamento. Empezando por la sala. Y mientras lo hacía, puse algo de música y bailé. Bailé como si realmente supiera hacerlo. Y lo mejor de todo es que lo disfruté. Al terminar de limpiar, preparé unas palomitas, unas crepas, una taza de café y proyecté una película antigua en la sala. Era sumamente cursi, pero admito que lloré a mares.
Al día siguiente, decidí salir a caminar. El aire golpeaba fuertemente mi rostro y por primera vez lo agradecía. Me sentía casi como nuevo, no recordaba la última vez que me había sentido así. Siempre había padecido una tensión silenciosa. Por nunca haber conocido a mi padre, por no ser reconocido por mi trabajo, por el simple hecho de vivir en la ciudad… porque por más que lo intentaba, no lograba que hubiera paz entre las personas. Pero ese día, todo parecía no importar.
Lo primero que hice fue dirigirme a la tienda de colchones y comprar uno a crédito. De esos colchones que se acoplan a la columna y son recomendados por quiroprácticos y especialistas. Sabía que mi espalda me lo agradecería.
Caminé un buen rato por el parque artificial. Incluso admiré las hojas de plástico de los pocos árboles que había. Atravesé la ciudad hasta llegar al centro. Creo que nunca había caminado tanto. De pronto puse mi atención en el exterior de un edificio, mostraba en una de sus inmensas pantallas un programa de última hora. La noticia sobre el asesinato de un juez importante. Lo llegué a tratar una vez, parecía un buen tipo. Aparentemente le habían disparado en un restaurante no muy lejos de donde estaba yo. Me pregunté si tendría algo que ver con todo lo que estaba pasando. De cualquier forma, las noticias no variaban mucho semana con semana. Siempre ocurría algo tenebroso y lo anunciaban como pantimedias en descuento. Y a la gente le fascinaba. Usualmente ese tipo de noticias me fastidiaban el día, pero en aquella ocasión, no me importó.
“Tal vez sólo debería aceptarlo todo. Tal vez esa sea la clave de la felicidad”, pensé.
Seguí caminando y me encontré con un puesto de dulces en la calle. Ya estaba atardeciendo. Sabía que no tenía mucho dinero, pero curiosamente me quedaba algo de efectivo en una bolsa del abrigo y una envoltura azul me llamó la atención. Era una paleta de dulce. La abrí y la probé. Su sabor me remontó a cuando era tan sólo un niño. Y entonces lo recordé, mi madre solía obsequiarme aquellas paletas cada que tenía la posibilidad. Mis ojos se humedecieron. “Creo que me estoy volviendo sentimental”, pensé. Y compré todas las paletas del puesto.
Emprendí el regreso a casa con la paleta en la boca y muchas interrogantes en la cabeza.
“¿Acaso existirá realmente la justicia?”, pensaba. “Creo que si existiera tal cosa muchas cosas ya habrían cambiado por sí solas en este lugar. Porque está claro que el humano no puede ejercer la justicia por su propia mano, ni siquiera nosotros los policías. No es algo que se pueda intercambiar por un título y ya. Si lo fuera, todo el sistema policial sería otro. Pero no, ahora me consta que está podrido hasta las entrañas. Creo que la justicia no es nada más que un invento humano para manipular a las masas. Nadie puede determinar lo que alguien merece. Nadie debería darse ese lujo. Sólo Dios. Claro, si es que existe. Porque al final, Él es el que escribe nuestro destino. Supongo que sólo el todo conoce el todo. Carajo, ¿qué estoy pensando? Y sin necesidad de inyectarme nada… Pero es cierto. Sólo el todo conoce la verdad absoluta. A veces quisiera saberlo todo. Encontrar la manera de erradicar la radiación y poder visitar las otras ciudades. Probablemente necesitan nuestra ayuda, pero no podemos hacer nada al respecto. A pesar de toda esta tecnología. Quisiera ver el mundo con mis propios ojos y no a través de fotografías o videos antiguos. Ver más allá de este mundo, verlo todo, entenderlo todo. Aunque… probablemente le quitaría algo de gracia. Ya no sería la misma experiencia de vida. Ya no sería yo. Aunque últimamente ya no sé quién soy. Algo es seguro, no soy policía, mucho menos un detective. Por más que me sintiera identificado, eso era mi trabajo, no yo. Tampoco soy esposo. ¿Un fracasado? No, sé que no lo soy. Un atleta puede tropezar y no por eso es un fracasado, es más, no por eso pierde la carrera. No soy mis errores. Los errores son experiencias, incluso he aprendido mucho de ellos. Y supongo que tampoco soy mis triunfos, ya que entran en la misma categoría. No soy mis emociones, ya que tienden a ir y venir, pero yo sigo aquí. ¿Mi cuerpo? Puede ser que sólo sea un pedazo de carne”. En ese momento pasaba por la ventana de un restaurante muy fino. Una señorita comía un corte a medio cocer. “Creo que soy más que un platillo aderezado para la nobleza. Si me quitaran un dedo, sigo siendo yo. Incluso, si me quitaran mis extremidades, seguiría siendo yo. Además, un pedazo de carne no piensa como yo. ¿Mi mente? El cerebro es un pedazo de carne también y se encarga de todos los pensamientos. ¿Soy mi pensamiento? Un impulso eléctrico. Suena lógico, pero… si dejo de pensar, entonces dejaría de existir. Y todo apunta a que cuando duermo o dejo de pensar por un instante, sigo siendo yo. Sigo viviendo, sólo que en otro estado de… consciencia. ¿Pero qué carajos es la consciencia? Tal vez es algún código extraño de la vida misma. Tal vez sea lo que diferencia la vida de la muerte, ese flujo eléctrico que alimenta a las células y las hace moverse... O tal vez no. ¿Cómo sé que la consciencia no está en lo que no se mueve, lo que aparentemente está muerto? ¿Cómo saberlo? Sólo alguien que haya estado muerto y haya regresado a la vida, podría decirlo. Qué tal que sí existe esa persona. ¿Cómo es que nunca he escuchado de algo así? Tal vez no he tenido la curiosidad suficiente. De cualquier modo, todos los demás estaríamos condenados a no saberlo. Sin vivirlo de primera mano, sólo serían creencias. Entonces, ¿nadie puede definirse así mismo? Tal vez no soy tan diferente a una pequeña piedra en el desierto. Tal vez, simplemente no soy nada. Y yo aquí partiéndome la cabeza por saberlo. Supongo que eso sería muy decepcionante. Tal vez por eso la gente no indaga tanto en estos temas, tal vez la cruda verdad es algo a lo que no estamos preparados. Eso me recuerda a un estudio científico que leí hace tiempo, decía que menos del 0.001 % de todo lo que existe es materia, mientras que todo lo demás es vacío. Un infinito campo de energía sin nombre ni apellido. Una energía misteriosa que aparece y desaparece. Un gran espacio de… nada. Eso podría confirmar mi teoría. Pero qué locura. Ser nada. No sé si me da tranquilidad o me altera pensarlo. ¿Cómo podría existir todo esto y a la vez no existir? Como si fuera un simple juego, un chiste de mal gusto, el capítulo de un libro, una ilusión. Tal vez no estoy viéndolo todo, así como no veo el aire o la energía magnética. Cuestión de percepción. O somos nada o somos… todo. Ser nada nos quitaría valor como individuos, pero también como colectivo, nada importaría. Y ser todo, nos daría tanto valor como individuos y como colectivo, que todo importaría todo. Todos y todo valdría exactamente lo mismo. Por lo tanto, sería lo mismo que no valer nada. Ya que no podríamos comparar. Todo y nada es lo mismo. Parece ser que el valor es lo que no cabe aquí. Algo que es sumamente subjetivo y mental. Qué interesante y destructiva afición tenemos por sentirnos más valiosos que los demás. Por ende, si el valor que le damos a las cosas es un juicio mental y el juicio no determina la realidad ni lo que somos, seríamos infinitamente más que la mente… Seríamos el que está arriba de la mente, el que observa a la mente, lo que observa todo. Seríamos… consciencia. Esto podría cambiarlo todo. Tal vez… No. Basta, mi cabeza me da vueltas. Creo que mejor me sentaré en esta banca por un momento.
Debería resolver otro tema. ¿Qué rayos haré con mi vida? ¿Cómo conseguiré dinero para sobrevivir la próxima semana? Sé que si pido algunos favores, tal vez pueda regresar… No… pensándolo bien sería estúpido regresar a la policía. Sólo volvería a ser un títere más. Ya no puedo permitir más abusos, ni hacia mí, ni hacia nadie. Ya no.”
Y recordé cuando era niño. Un momento en particular. Una tarde, al llegar de la escuela, entré a casa y vi a mi madre tirada en la sala, había un charco de sangre a su alrededor. Tenía ambos ojos abiertos, expresaban de terror. Se estaba desangrando. Desesperado llamé a emergencias y mientras esperaba la tomé de la mano y le dije que todo iba a estar bien. Que los médicos la iban a salvar. En un par de minutos llegó una ambulancia con varios paramédicos. Le tomaron sus signos y me dijeron que estaba muerta, que llevaba así al menos una hora. Yo grité desconsolado. Uno de los paramédicos llamó a la policía al ver que la casa estaba muy desorganizada. Cuando llegó la policía, uno de ellos me hizo varias preguntas y yo contesté con toda franqueza, como lo haría cualquier niño de diez años. Al final, él me dijo que una banda de criminales había entrado a la casa y asaltado a mi madre. Que había sido un asalto común. Se habían llevado todo el dinero en efectivo y las pocas joyas que tenía.
—Si hubiera llegado a tiempo la hubiera podido salvar —le dije.
—No lo creo, hijo. Si hubieras llegado en ese momento, te hubieran matado también.
—Con una de esas no —le contesté, señalando el arma en su cinturón.
“Sé que para ser feliz debería aceptarlo todo. Pero no puedo quedarme sin hacer nada. Es naturaleza humana avanzar, cambiar. Tenemos metas, siempre aspiramos algo mejor. Cualquiera pensaría que estamos diseñados para no ser felices. Sin embargo, creo que la felicidad debe tratarse más bien de enfrentar los problemas y aprender de ello. De hacer lo que te dicte el corazón, aceptando completamente el resultado. Cualquiera que este sea… Y precisamente eso es lo que haré”, pensé. Y emprendí el camino de regreso.
Al llegar al departamento tomé mi sombrero y las llaves del auto y volví a salir. Lo había decidido, haría pagar al comisario por limpiarse el culo con la ley. Pero antes, precisaba conseguir un poco de dinero. Y “Adler, Detective Privado” no me sonaba mal.
Subí al auto y llamé a un viejo amigo.
—Hola Fil, necesito un favor.
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