top of page
Ciudad Ficción

IX. Asalto

—Aquí tienen toda la información. El jefe quiere que se haga mañana mismo —dijo Wallace, entregando un folder a cada uno—. Y quiere que tú dirijas la operación. Dice que ya estás listo.

 

—Será un honor —respondió Bruno.

 

—Se efectuará un asalto directo al edificio cuatro de los Laboratorios Jericó. Justo a la mitad de su territorio y punto clave de todo su negocio. El trabajo es asesinar a todos los que estén ahí dentro y posteriormente incendiar el lugar. Nadie debe quedar vivo. Sin embargo, su hermano menor es el dueño y reside ahí mismo. Él es el blanco principal, ya que es el portador. Los científicos más prestigiosos de la ciudad, los que conocen los procesos esenciales de sus drogas, también viven ahí. También son prioridad. Sólo así aseguraremos el declive de su imperio.


—Entendido.

 

—¿Y cómo vamos a penetrar su seguridad? Es bien sabido que ese edificio tiene cámaras y guardias por todas partes —dijo Dante, que era experto militar.

 

—Es verdad, ese edificio está repleto de gente armada y preparada. Les garantizo que habrá problemas. Pero tenemos un infiltrado en el área de seguridad. Les dará un espacio máximo de nueve minutos para desactivar las alarmas y las cámaras. Tiempo suficiente para que un pequeño escuadrón pueda subir el edificio sin ser visto —dijo Wallace.

 

—Excelente —dijo Dante.

 

—Lo dejo en tus manos, Bruno. Es momento de que le pruebes al jefe de qué estás hecho. Quién sabe, tal vez te asciendan después de esto. Y por favor, quítate ese sombrero.

 

Bruno asintió con la cabeza. Wallace le dio dos ligeras palmadas en la cara y salió de la habitación.

 

—No lo voy a defraudar, maestro —expresó Bruno, seriamente.

 

—Tranquilo, lo sé —dijo Dante.

 

 

Esa noche, Bruno fue a visitar a su amigo Ezra a su departamento. Como últimamente no le había ido bien económicamente, decidió llevarle una botella de ron, la favorita de ambos.  

 

—Qué gusto verte, amigo. Siéntate, yo te sirvo —dijo Ezra.

 

—El gusto es mío, hermano. Cuéntame, ¿ya por fin le pudiste pagar a la casera? O quieres que te preste un poco.

 

—Estoy en eso, estoy en eso. No se te ocurra prestarme un centavo más o te juro que te descalabro con la botella.

 

—Está bien, lo siento.

 

—¿Cuéntame, que te trae a mi aposento? —dijo Ezra, sirviendo el ron en un rocks glass.

 

—¿Qué ya uno no puede visitar a su amigo sin razón alguna?

 

—Te conozco, Bruno. Sé que no viniste sólo a beber. ¿Está todo bien en el trabajo?

 

—No estoy seguro. Pronto tendré que hacer algo que nunca he hecho. Y… me da pena decirlo pero… tengo miedo.

 

—¿Miedo, tú? ¿Pero qué diablos le hiciste a mi amigo?

 

—Pensarás que soy un idiota, pero es que no sé si pueda hacerlo… Liderar una tormenta.

 

—Siempre has sido misterioso en relación a tu trabajo, viejo. Así que no tengo idea de qué estás hablando. Y créeme, no te juzgo. Nunca me ha importado que no me lo cuentes. Nuestra amistad va más allá de eso. Sé que a veces es mejor no decir ciertas cosas, especialmente si hacen daño a los demás.

 

—Lo lamento, sé que no he sido el mejor amigo.

 

—Relájate, sea lo que sea yo sé que puedes lograrlo. No conozco a nadie más capaz que tú. Aunque si me preguntas, hablas como si no quisieras hacerlo.

 

—Esa es la cuestión. No se trata de si quiero o no quiero. No tengo opción.

 

—Claro que sí. Renuncia.

 

—Qué más quisiera.

 

—Ven a trabajar conmigo. Conseguí un empleo en el área de limpieza de una empresa importante. Sé que no es muy elegante, pero la paga es buena. Puedo mover influencias y conseguirte el empleo.

 

Bruno  sonrió y dejó escapar un poco de aire por la nariz.

 

—No te preocupes, Ezra. Lo resolveré. Gracias por escuchar.

 

Bebieron casi toda la botella y jugaron varias partidas de póker. Y finalmente se despidieron.

 

A la noche siguiente, Bruno salió de su departamento con una maleta en el hombro. Todo ya estaba planeado, los horarios ya estaban marcados. Los vería a las diez en punto, atrás del local de comida rápida que estaba al pie de los laboratorios. Había enlistado a nueve de los mejores asesinos de la Gran Familia, y Dante, el maestro que lo había iniciado, era uno de ellos.

 

—Sólo falta Spike y estaremos completos —dijo un hombre de metro noventa, mientras se colocaba un pasamontañas.

 

—Aquí estoy, lo siento.

 

—Perfecto, es hora de entrar. Avisen a nuestro contacto —dijo Bruno—. Cronómetros listos.

 

Vieron que la policía no estuviera cerca e ingresaron rápidamente por el estacionamiento.  Un par de guardias les dijeron que no podían entrar por ese lado, pero uno de los hombres del escuadrón les disparó a ambos directo al corazón, atravesando sus chalecos antibalas con el mínimo ruido y haciéndolos caer muertos en un instante.  

 

Cerraron la entrada del estacionamiento y dañaron el sistema del portón para que nadie pudiera abrirlo. Se cercioraron de que no hubiera algún otro vigilante y subieron por las escaleras a toda prisa hasta el lobby.

 

Bruno y Dante entraron con tranquilidad, como si fueran a hospedarse en aquél edificio, mientras los demás se posicionaban. Hablaron con las dos muchachas que estaban en la recepción, pidiendo una habitación. A lo que ellas respondieron que no podían darles una, debido a que sólo eran para personal autorizado. Los cinco guardias de seguridad que estaban a los lados del mostrador se empezaron a acercar a ellos, lo que los puso en la mira de los francotiradores del escuadrón. Siendo derribados en un parpadeo. Las dos muchachas se horrorizaron, pero antes de que pudieran siquiera gritar, Dante les puso una bala en la cabeza. Después, bloquearon la salida principal con un virus de computadora.

 

El escuadrón se escurrió como una serpiente sigilosa. Atravesaron el lobby y subieron a los siguientes pisos con agilidad, inyectando balas a quien se encontraran en frente.

 

Mientras subían, comenzaron a colocar bombas de tiempo en paredes y columnas de todo el edificio. Todo debía arder.

 

Llegaron a los pisos de laboratorios, donde muchos químicos seguían trabajando en sus áreas a pesar de la hora. El equipo de asesinos los tomó completamente desprevenidos. Sus armas con silenciadores formaron un río de sangre que se extendió por los pasillos.

Pero una mujer que recién salía de un elevador, pudo ver lo que estaba sucediendo y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. El sonido retumbó en el edificio y terminó por detonar la alarma de seguridad.

 

Los guardias de todos los pisos salieron a defender y comenzaron a dispararles. Bruno ordenó detonar las bombas y todo se volvió caos. Fuego, sangre y gritos. Disparos por todos lados, gente corriendo asustada, hombres y mujeres lanzándose al lobby desesperados por salvarse.

 

Entonces, la mitad del escuadrón se separó para seguir a Bruno hasta el último piso, donde vivía Piero, el hermano de Bonasera; y la otra mitad se quedaría en los pisos inferiores barriéndolo todo.

 

El equipo de Bruno se iba desvaneciendo poco a poco. Uno a uno, sus compañeros caían muertos. El forastero ya había recibido un disparo en el hombro y otro en el tórax. La seguridad en aquél lugar era formidable. Pero finalmente llegaron al último piso. Y con una tremenda explosión derribaron la puerta de la habitación de Piero.

Una ráfaga de disparos salió de adentro, tirando al último compañero de Bruno, quien entró gritando de rabia ametrallando a los guardaespaldas.

 

 —No sé qué estás buscando, pero aquí no lo encontrarás —dijo Piero, un señor flaco de poco cabello en bata de baño.

 

—No es qué, sino a quién. Tú debes ser el portador —dijo Bruno, tomándolo del cuello.

 

—No lo hagas, por favor. Puedo pagarte lo que quieras, hacerte el hombre más rico de la ciudad, darte la protección que necesites.

 

—¿Protección? No me hagas reír. Toda la protección del mundo no te salvo de mí.

 

—Mi sangre es muy valiosa, no puedes matarme. No soy cualquier persona. Yo soy el portador de la fórmula del alcaloide azul, si me matas, ni tu ni nadie podrá replicarlo. Y hay mucha gente en la ciudad que depende del alcaloide. Si se los quitas sólo vas a desatar un infierno. Y no sólo por los adictos, sino por los dueños de la ciudad.

 

­—¿No lo entiendes, verdad? El infierno ya comenzó.

 

Bruno apretó el gatillo tres veces y el hombre murió al instante.

 

—Está hecho. ¿Hay alguien ahí? —dijo Bruno, por el comunicador. Pero nadie respondía en la frecuencia—. Repito, ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien sigue en pie?

 

Bruno bajó a toda velocidad por las escaleras, evadiendo las llamas y elementos arquitectónicos desprendiéndose del techo. No vio a nadie vivo. Hasta que llegó al lobby y comenzó a buscar al resto de su equipo. Ése era el punto de reunión, ahí debían verse al terminar la operación. Pero no había nadie. Excepto…

 

—¿Bruno?

 

—¡Ezra… ¿Qué haces aquí?!

 

—Estaba limpiando uno de los baños del piso cuando escuché la alarma. Luego oí disparos y me oculté en el armario del aseo.  

 

—¡Vete, el edificio está colapsando!

 

—Pero, ¿por qué llevas un arma?

 

 

Se escuchó una detonación.

 

Un punto negro apareció en la cabeza de Ezra. Un punto que se dilató hasta dejar salir una línea delgada de sangre que le recorrió desde la frente hasta el borde de la barbilla. Ezra se desplomó en el suelo.

 

Bruno pegó un grito de dolor, volteó atrás y vio a Dante a unos cuantos metros empuñando el arma. En una reacción inmediata y arrebatado por la ira, Bruno tiró de su revólver y le devolvió la muerte a su maestro.

 

Se arrodilló frente a su amigo y lo tomó en sus brazos.

 

—No te mueras. Ezra… no te mueras. Eres lo único que me queda. —Algo crujió. Y en ese momento, parte del techo cayó cerca de ellos, el fuego los estaba alcanzando—. Perdóname, amigo. Te fallé.

 

Ezra movía la boca, como intentando decirle algo. Pero sus labios pálidos sólo temblaban sin emitir ningún sonido. Su piel empezaba a sentirse fría. Hasta que sus ojos se pusieron en blanco. Se había ido.

 

—¿Vida qué quieres de mí? Creí que enterrando todo, traería paz… libertad. Me equivoqué, no fue así.

 

Bruno dejó en el suelo el cuerpo de su amigo. Y salió de ahí entre las llamas.

0 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

V. Yo y Yo

Comments


© Derechos de autor
bottom of page