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Ciudad Ficción

II. Amigo Testigo

—¿Quieres que pase por ti mañana? Supe que hay un nuevo local cerca del muelle y que están dando comida gratis —dijo Ezra. Un hombre joven, moreno y delgado. Después de estacionar su Ford A 1927 frente al amplio jardín sintético de la casa de su novia, Sara. Que llevaba todo el camino sin hablar.

 

—Ya no quiero —contestó ella.

 

—Pero si nunca hemos ido.

 

—No. Ya no quiero esto. Nuestra relación. No está funcionando.

 

—¿Es porque no te gustó que comiéramos debajo del puente verdad?

 

—No, no es eso. Es que… bueno, no sólo es eso. Es el auto viejo, la comida, los malos chistes… incluso yo fui la que tuvo que pagar el autocinema. Ezra, el problema eres tú. Lo siento, pero debo irme. —Sara se volteó para girar la manija de la puerta, pero casi se golpea contra el cristal.

 

­—Ah, otra vez se atascó. Es que primero debes inclinar la muñeca de esta manera y después girarla con fuerza —dijo él, estirando como pudo el brazo para abrir la puerta del auto.

 

Sara dejó escapar una exhalación de desespero y salió del auto sin decir nada más.

 

“No puedo creerlo. Sólo falta que llueva.”, se dijo a sí mismo, enojado. Y entonces una gota cayó en su parabrisas. Se asustó y encendió el auto inmediatamente.

 

—Marcar a Bruno —dijo en voz alta. Su celular marcó un número y una voz ronca contestó.

 

—¿Quién habla?

 

—Soy yo, amigo. Sara terminó conmigo.

 

—Mierda. Creí que iban bien.

 

—Yo también… ¿Nos vemos en el bar?

 

—Hecho. A las nueve.

 

Dieron las nueve, Ezra y Bruno estaban en el bar más pequeño de la zona. Un lugar maloliente con apenas un par de lámparas que pretendían hacer visible la frustración del único mesero. Ya después de un par de horas de bebida continua y lágrimas de un corazón roto, entraron en materia.

 

—¿Por qué no consigues otro empleo? Tal vez te puedas obtener un mejor sueldo y dejarías de llevar a tus citas debajo del puente.

 

Ezra se rio y le contestó—: Tienes razón. Lo intentaré. Aunque... no soy bueno para muchas cosas. Ni siquiera sé para qué soy bueno. El único trabajo en el que he durado es en la cafetería. Y no sé si me atreva a dejarlo.

 

—Y es un excelente lugar. Nina siempre nos trató bien, casi como una familia. Recuerdo que le encantaba regalarnos galletas de chocolate recién horneadas.

 

—Aún lo hace. Pero te fuiste. Y lo admiro, Bruno. Pocos tienen las agallas de buscar algo mejor en esta ciudad.

 

 —Sí… Mejor.

—Oye, al menos tienes para pagar la siguiente ronda ¿no?

 

—¿Qué? Escucha, qué te parece si apostamos la siguiente botella de ron en un póker.

 

—¡Y  mira que yo soy el quebrado! —Ambos se rieron fuertemente, asustando al borrachito de la mesa de al lado. Y Ezra, comenzando a barajear un mazo de cartas, añadió—: Que sean dos botellas.

 

Una semana después, Ezra estaba saliendo cabizbajo de una entrevista de trabajo, se sentía abatido. Y antes de abrir a su auto, un señor de traje fino y zapatos lustrados lo arribó.

 

—Vaya, que es un lindo auto. ¿Es un Ford modelo 27 o 28?

 

—Gracias, de hecho es un 1927. —dijo Ezra. Estaba sorprendido, poca gente lo reconocería y menos en ese estado.

 

—Un verdadero clásico. Conozco a alguien que podría darle un buen servicio, lo dejaría como nuevo.

 

—No lo sé. No dejo que nadie toque este auto.

 

—Lo entiendo, chico. Cuidas lo importante —dijo el empresario con una sonrisa amable. Estaba dándose la vuelta para continuar su camino, cuando se regresó y añadió—: Sabes, me agradas. También soy fanático de los autos. Coleccionista.  No sé si te interese, pero estoy buscando a alguien que trabaje como mi chofer. La paga es buena y serían pocas horas a la semana.

 

Ezra no podía creer lo que escuchaba. Trataba de contener la emoción y sus ojos empezaban a humedecerse.

 

—Claro, amo conducir. Me encantaría.

 

—¡Excelente! Ten, toma mi tarjeta. Llama en la tarde. Te explicarán todo. Espero verte mañana.

 

 

Inmediatamente después, el empresario se retiró y al doblar la esquina se perdió de vista. Ezra dejó escapar algunas lágrimas de felicidad y entró al auto. Pensó que finalmente había conseguido el empleo que le devolvería la dignidad. Y antes de cualquier cosa, se dirigió a la cafetería donde trabajaba, tomó valor y renunció.

 

 Al llegar a su pequeño departamento, decidió marcar al número de la tarjeta.

 

Una señorita muy propia, le dijo que debía pasar a recoger al señor Roadster a un edificio del centro de la ciudad y llevarlo a su trabajo. Después, estacionar el auto en un cajón específico del garaje y taparlo con una cubierta. Estaba prohibido tocar o remover las cubiertas de los otros autos.

La señorita le pidió algunos datos, como su edad, talla y dirección. Y al cabo de un par de horas, le entregaron directamente en su puerta el traje del empleo y la llave del auto. Y una pequeña carta. Ezra se quedó impresionado.

 

En la carta venían las instrucciones de la llave. Ya que aunque se veía como cualquier llave digital, metálica, pequeña y rectangular, tenía algo diferente, aunque Ezra no sabía ponerlo en palabras aún. Sin embargo, sabía que un empresario coleccionista de autos no tendría cualquier llave. Leyó la carta y se dio cuenta que era una llave maestra, lo que significaba que podía abrir todos los autos de su nuevo jefe. Y entonces le dio un escalofrío por toda la espalda. Demasiada responsabilidad de un día para otro.

 

A la mañana siguiente, se puso su traje temprano, tomo la llave y esperó sentado hasta que recibió una llamada en su celular.

 

—Buen día, Ezra. Tu trabajo el día de hoy es ir por el señor Roadster a la una de la tarde y llevarlo a su oficina. Hoy llevarás su Corvette Z06. Está estacionado en el sótano del Mech Center. No te preocupes por el pago del estacionamiento, tiene pensión. Y por favor, no le hagas ni un rasguño.

 

—No se preocupe. Ahí estaré. 

 

Miró la hora y vio que aún faltaba mucho tiempo. Así que se quitó los zapatos, se puso sus pantuflas y desayunó tranquilamente.

Cuando faltaban un par de horas, salió en busca del Corvette. No podía llevarse su propio auto, ya que no tenía dinero para pagar el estacionamiento. Así que tomó el monorriel. Nunca había ido a esa parte de la ciudad. La gente en esos lugares solía ver a los de otras colonias de una manera despectiva. Al menos el traje que llevaba puesto ayudaba a disimular.

 

Cuando llegó al Mech Center, quedó atónito de ver tanta gente rica en un solo lugar. Caminando con sus portafolios, mirada al frente, seguros de sí mismos. Un mundo muy diferente al que estaba acostumbrado. Entró al estacionamiento y empezó a buscar el auto. Presionó el único botón en la llave y una diminuta luz de color rojo se encendió por unos segundos y luego se apagó. Supuso que el auto estaba lejos. Caminó por un largo rato. Se sintió como estúpido, ya que había olvidado preguntar en qué piso y lugar del estacionamiento se encontraba el auto de su jefe, pero ya se le hacía tarde y no quería quedar mal en su primer día.

 

Hasta que por fin la luz de la llave emitió un verde glorioso y supo que estaba en el piso correcto. Y entonces pudo verlo. Un Corvette plateado recién pulido que gritaba por ser montado. La llave automáticamente quitó el seguro a unos cuantos pasos y pudo entrar. Cuando cerró la puerta, se encendió el motor y el rugido le calentó la sangre. Logró llegar dos minutos antes con el Señor Roadster, quien ya estaba esperándolo a un costado del edificio, mientras fumaba un habano.

 

—Buenas tardes, Ezra. Ya casi tienes todo el porte de un gran chofer. Y sólo es el primer día.

 

—Gracias, señor.

 

­—Veo que no tiene ni un solo rasguño —dijo el empresario, rodeando el carro y poniendo minuciosa atención a sus detalles—. ¿Tuviste problemas siguiendo la ruta que marcó Wendy?

 

—No, para nada. Aunque se me hizo un tanto rebuscada, ya que me parece que existen otros caminos más directos.

 

—Bueno, siempre sigue las rutas que te marcamos, chico. Es la regla. Mi empresa es experta en el tráfico vial y tecnología automotriz, así que no te preocupes por nada. 

 

—Entendido, señor.

 

— Excelente. Felicidades, estás oficialmente contratado.

 

—Le agradezco. No se arrepentirá.

 

—Te apuesto a que no —dijo el empresario, mientras subía al auto—. Listo, vámonos.

 

 

Ezra siguió la ruta marcada y llegaron hasta una construcción de un solo piso, pero muy extensa. Parecían ser oficinas. El señor Roadster le dijo que él bajaba en la entrada, pero que más adelante estaba el garaje. Y así fue, avanzó un poco hasta llegar a un portón de láser. Ezra le pidió acceso al guardia, quien estaba por quedarse dormido. El láser se desvaneció y pudo avanzar a una especie de túnel subterráneo. Se percató que el lugar era incluso más grande que el estacionamiento del Mech Center, “garaje” no se le hacía una palabra justa, probablemente le quedaba mejor “hangar”.

 

Estacionó en el lugar que le indicaron y cubrió el carro con una funda. Volteó a ambos lados, para cerciorarse de que no lo estaban mirando y se despidió del Corvette.

 

 

 

 

 

 

Ezra realizaba alrededor de cuatro viajes a la semana. Normalmente pasaba a recoger al señor Roadster al mismo edificio, pero con diferentes autos. Afortunadamente, los autos del empresario siempre estaban dentro del área rica de la ciudad, lo que le facilitaba mucho encontrarlos y manejarlos sin miedo de ser asaltado.

 

Cuando recibió su primer paga, Ezra fue la persona más feliz en la ciudad en ese momento. Pudo pagar todas sus deudas, cambiar su ridículo peinado y disfrutar una comida decente. Y así pasaron un par de meses.

 

—Hermano, no sabía que ya habías conseguido nuevo trabajo. ¿Chofer? ¿Por qué no me habías contado?

 

—¡Quería hacerlo cuando ya pudiera invitarte el ron, amigo! Incluso me dieron una credencial, mira—le respondió Ezra a Bruno, mientras brindaban en el bar de siempre.

 

—Mierda, pero hasta nuevo corte tienes. Me parece increíble. ¿Y no tienen alguna vacante ahí? Tal vez necesiten alguien que les haga de cocinar o lave los platos —dijo Bruno, en broma, pero con algo de verdad.

 

—Me parece que no, pero si sé de algo, por supuesto te avisaré. Seguramente le caerías bien al señor Roadster.

 

—Roadster. Qué apellido tan curioso, no lo había escuchado. ¿A qué se dedica?

 

—Sé que es un empresario muy importante. Es coleccionista de autos.

 

—¡Quién te viera, Ezra! ¿Y dónde guarda tanto carro? Me gustaría ir a visitarte algún día.

 

—Lo siento, amigo. No puedo decirte, es confidencial. Tú sabes, política de la empresa.

 

—¡Guau, qué empresario tan cauteloso! Y le tienes mucha confianza. Respeto eso. —Bruno tomó su vaso y lo rellenó. Para luego añadir—: Sólo ten cuidado. No confío mucho en los ricos.

 

—Tranquilo. Si todo va bien, en un par de años, tendrás a uno de amigo —Ezra y Bruno lanzaron una carcajada, para después chocar sus vasos.

 

Una mañana, Ezra se encontraba fumando sobre la acera frente a un Jaguar clásico, esperando a que diera la hora para pasar por su jefe y manejar dicho auto. Pero aún faltaban poco más de dos horas, demasiado tiempo. Entonces se le ocurrió una idea. Tomó su celular y le llamó a su exnovia. Ella contestó sin darse cuenta quién era. Y aunque no podía creer lo que escuchaba, aceptó salir con él. Quizás por curiosidad. Eso lo puso muy contento y sus hormonas se alocaron. Y pensando en cómo impresionarla, no tardó ni tres segundos en decidir. Se subió al Jaguar y manejó hacia la casa de Sara. Inmediatamente después de apagar el auto, recibió una llamada de Wendy, la secretaria de su jefe. Pero no le contestó. No tenía intención de reportarse en ese momento. “Tengo algo más importante que hacer en este momento. La voy a recuperar.”, pensó. Sara abrió la puerta de su casa y se quedó pasmada por unos segundos.

 

—¡No lo puedo creer! Espera, voy por mi abrigo —le dijo ella, antes de entrar de nuevo a la casa.

 

Ezra se emocionó. Y un poco alterado, comenzó a buscar su loción en su saco pero no la encontró. Pensó que se le había caído o algo, así que se contorsionó para mirar por el espacio entre el asiento y la puerta, pero no halló nada, así que decepcionado, se volvió asentar correctamente. Y se dio cuenta que dos patrullas se habían atravesado frente a él. Un policía abría la puerta y se escudaba tras ella apuntándolo con un arma. Y luego gritó: “¡Baje del auto con las manos en la cabeza!” Ezra comenzó a sudar. No lo entendía. Se quedó paralizado por un momento. “¡Baje ya del auto o dispararemos!”, dijo el policía de la otra patrulla. Ezra salió del Jaguar con las manos en alto y trató de mantener la calma, aunque le temblaban las piernas.

 

—Oficial, es un malentendido. Soy chofer. Aquí está mi licencia, miren —dijo, sacando su credencial, intentando tranquilizarlos.

 

—¡Maldito infeliz, vas a pagar por esto! —gritó un señor desconocido que salía de la parte de atrás de la patrulla.

 

—¡Queda arrestado por robo de auto! —dijo uno de los policías.

 

Sara salió de su casa y lo vio siendo esposado por la policía. Se llevó las manos a la boca de la impresión, sin poder decir una sola palabra. Cuando Ezra la vio, le gritó: “¡Sara, no he hecho nada. Es un gran error! Por favor, no te preocupes. ¡Pronto vendré a verte y estaremos juntos!”

 

—No te conozco, ¡maldito ladrón! —dijo ella. Y cerró la puerta, asustada.

 

Ezra entró a la patrulla y se lo llevaron.

 

Un par de días después, Bruno lo fue a visitar a la comisaría.

 

—Adelante, tienes cinco minutos —le dijo un guardia, mientras le daba paso al área de las celdas.

 

—¡Bruno! No sabes qué gusto verte.

 

—Quisiera decir lo mismo.

 

—¿Estás usando peluca?

 

—No, cállate. Eso no importa, ¿qué ocurrió?

 

—No lo sé, creo que se confundieron de persona. Ya les expliqué todo. Que trabajo como chofer del señor Roadster y que incluso tengo mi licencia. Hasta les dije dónde están sus oficinas. Espero que el jefe no me despida por eso.

 

—Ezra, escúchame y escúchame bien. Ya investigué a fondo y no hay ni un solo hombre en la ciudad con ese apellido. No hay registros de ningún coleccionista de autos en la colonia, ni de ninguna compañía de tecnología automotriz con esas características. Fui a tu departamento para ver si encontraba algo que te ayudara a salir, pero se llevaron todo. Todo: la televisión, el sofá, incluso tu estúpido Ford. Aparentemente es un grupo que se especializa en autos clásicos y deportivos, tienen una tecnología muy potente, lo tienen todo calculado. Seguramente la credencial que te dieron tenía un micrófono. Hackean el sistema de vigilancia en tiempo real. Son como fantasmas.

 

—¿De qué hablas?

 

—Te usaron, Ezra. Esos imbéciles te usaron.

 

—Pero ya deben de haberlos atrapado, ¿cierto? Les dije donde estaban.

 

—No había nada. Como si nunca hubieran existido.

 

—Es imposible.

 

—Ezra, se me acaba el tiempo, no debería estar aquí. Dime cómo era. Dime cómo era físicamente Roadster. Me aseguraré de que lo atrapen.

 

—Te lo agradezco, de verdad. Pero no quiero meterte en más problemas, amigo. Si puedes, mejor paga la fianza, aquí no les importa nada más.

 

Y así fue, dos meses después, Bruno pudo conseguir el dinero suficiente y pagar la fianza. La luz del sol brillaba en su máximo esplendor cuando Ezra salió de la comisaría con los zapatos en la mano y vio a su amigo ahí afuera.

 

—¿Qué, al bar?

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